27 marzo 2006

Espanto, miedo a las costumbres habituales


El correo convencional se ha convertido en un instrumento de comunicación tan extraño e infrecuente que casi da pánico recibir cartas. Nuestro buzón se ha transformado en la boca sin fondo de burocracias personales, un lugar sin expectativas donde se reúnen las citaciones administrativas de nuestra normalidad. Por ello, recibir maquetas por correo en estos tiempos de redes fluídas de distribución fonográfica no deja de tener algo de seriedad, de citación y de factura pendiente. Como ya me conozco a los Espanto y ellos me concocen a mí, y todos sabemos de nuestro jamás confesado miedo a los buzones, me envían su segunda maqueta, Miedo a las cosas normales, por esta vía terrorífica y costumbrista para que me ponga en situación. Como quién te pone unas letras. Y yo, como siempre agradecido, recojo de mi buzón sin cerradura el CD-R y lo pongo a girar para entender mejor esos miedos que siento pero que, la mayoría de las veces, no acierto a concretar en palabras


El costumbrismo nace, sin duda, de la inquietud especial que produce lo cotidiano. Otra cosa es cómo gestione, cada cual esa inquietud; unos lo harán con humor y otros con más o menos pavor. Teresa y Luís son personas de una estatura parecida a la mía y saben lo que se siente al ir por la calle rodeado de otras personas que van con la barbilla hacia arriba convencidos de que tienen LA razón. Lo que no acierto a entender es cómo habrán intuído que siempre he tenido miedo a gastar mucho y ganar poco. Serán cosas que se te notan aunque no quieras. Lo cierto es que los Espanto han depurado ese pavor diurno, ridículo y común de las cosas que nos rodean todos los días y lo han hecho canciones. Unas canciones en las que hablan, como quien no quiere la cosa, de esta España en la que la gente vive si freno y come pescadito frito sin miedo a morir atragantado con las espinas.


Una obsesiva y peculiar maqueta doméstica en la que confiesan su sorpresa por un mundo en el que lo raro es común. Aquí se resume el miedo al compañero del trabajo y el pavor con que se da los buenos días al conductor del autobús. Es que, nos dicen, a la larga el miedo que acaba por agotar no es el miedo a las cosas sobrenaturales. Ahí le han dado, como dicen las personas que dan miedo. Así que aquí están Espanto, junto con Los Punsetes, escribiendo las historias corrientes y molientes en las que se resuelve la sentimentalidad española. Costumbrismo, fruto del pavor, costumbrismo de inquietud, duda e hipoteca. Cómo está la cosa, se dicen los Espanto. Hay qué ver, qué miedo. Pero a ver si no vamos a ser nosotros los raros. Todavía va a ser eso... eso lo explicaría todo. Miedo a la gente coriendo en chancletas, a fín de cuentas.


Por eso, yo, que ya no me fio ni de mi sombra, escucho Daltonismo y siento una punzada rara. Como si me estuvien contando mis días menos estupendos, ese entresemana particular en el que uno, efectivamente, se sorprende de ver que lo azul es blanco y lo blanco es gris. No hablemos de Miedo a las cosas normales, mezcla mosntruosa de Lynch y Azcona. Y me acuerdo de todas las visitas a las que he podido asustar, pero también del susto que me han dado las tías que te cogen del moflete. No se por qué, pero es como si Espanto hubiesen sonado antes en mi vida... Esta es tu vida, Karpov!, demonio. Menudo bromazo, lo de estos Espanto. Y te lo mandan, al buzón. Con una notita muy amable, eso sí. En Las Mantas uno se acuerda de Linus, de Teresa y de Luís y de César que toca el ukelele en alguna canción y me dan las ganas de coger esa manta que me dio la abuela cuando me independicé; como si hubiése empezado a entender ahora qué era lo que nos daba, la mujer, y por qué nos lo daba.


Esto es, a grandes rasgos lo que tiene la segunda maqueta de Espanto. Nos cogen de la mano y nos sacan a la calle para que veamos cómo está el patio, Serapio. Nos sacan de paseo a un viaje exterior en el que estamos todos embarcados. Y es que, una cosa es que nos pongamos discos de indie para olvidarnos de esto, y otra que alguien coja una guitarrita y le ponga música a los lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingos españoles. Y entonces, aunque las canciones son bonitas y delicadas... ¡qué miedo!


Daltonismo

Miedo a las cosas normales

Don Juan

Las mantas

Pide la maqueta a: optimistaoptimismo@hotmail.com

24 marzo 2006

Essex Green. La gran escapada

Essex Green para mi serán siempre la playa, el mar y el verano bajo cielos diáfanos. La aventura vacacional y el frescor del amanecer en una recoleta casita de Almería aquel verano en el que toda la pandilla escuchábamos juntos su segundo LP, The long goodbye, cuando nos despertábamos. Menos barrocos que sus hermanos de sangre The Ladybug Transistor, menos rockeros que otros parientes en la cosa de la psicodelia de ida y vuelta (The Tyde, Beachwood Sparks...) vuelven el mismo día en que la primavera llena Madrid de lluvias amables y flores de almendro. Como una estación tranquila, los dulces americanos, deslizan su sonido hacia la sencillez pura y la melodía precisa. Respiremos, pues, hondo todos; vuelve el aire fresco, las emocionantes guitarras eléctricas... y preguntémonos ¿no será el momento de escaparnos de una vez de la rutina?

Es necesario tener siempre a mano discos bonitos para cuando llegue el buen tiempo. Para poner mientras los rayos de sol se deslizan de manera discreta por nuestras ventanas (sí, eso pasa incluso en los pisos interiores de esta ciudad tan rockera que es Madrid), para escuchar con los amigos y hablar de ellos mucho rato. Hace tiempo que no hay grupos que hagan un disco como éste, que se puede poner muchas veces seguidas; ni gente capaz de facturar canciones como las que se reunen aquí, que se sostengan no por tener “un sonido” sino por estar bien imaginadas, bien compuestas y bien tocadas. Desde aquel bucólico Everything is Green (Kindercore, 1999), Essex Green han renunciado a las atmósferas expansivas en favor de un realismo compositivo que tiene en la canción perfecta su unidad de medida. Arreglos justos, ausencia de sofisticación que se transforma en recta elegancia pop, un sentido sobrenatural para conjurar sensaciones precisas, puras, centradas en la maravilla. A contacorriente de las actuales tendencias, Essex Green continúan su propia travesía hacia lo esencial. Este Cannibal Sea (Merge, 2006) reúne así anhelos, esencias e impresiones frescas, dulces, mimosas, expectantes y vívidas que acarician, alegran, saltan y bailan dento de la caja torácica, cosquillean en la piel y hacen querer salir a saltar por las calles floridas. Escapadas de la rutina hacia paisajes más amplios: alegorías de pájaros pequeños que quieren sobrevolar océanos enormes, como parece sugerir el sobrio y elegante artwork.

Desde los primeros compases de la maravillosa This isn't farmville con que se abre la travesía no encontramos ni anti-folk, ni neo-post-psicodelía ni guiños a ese commercial-hippie-sound ni a nada que se le parezca. No hay vanguardia, no hay ínflulas de calidad, no hay posturas estudiadas. No hay más que canciones puras (como esa exquisita Penny & Jack). Ya está. Precioso y preciso. Canciones con nervio (Elsinore), canciones bonitas (Sin City) y canciones juveniles (I don't know why you stay). Canciones como flores (Rue de Lis) y como los días más largos (The pride) y como el aire limpio de la primavera. Gemas pop que no suenan a ese Brian Wilson fake tan arteramente en boga, que no tienen mecanismos ni complicaciones y de las que nadie podrá decir que son orfebrería porque, en ellas, la filigrana da substancia, alma y caracter pero no determina de manera gratúita la forma. Pureza en tiempos espúreos. Mientras otros hacen posturas en la prensa musical, Essex Green desvelan trocitos de la piedra filosofal del pop, y los mezclan con lluvias racheadas y con los sobresaltos propios de los Idus de Marzo. Este es el sonido del ánimo descongelándose. Lo que debería ser siempre la música pop, deshielos y sensaciones torrenciales.


Sonidos primigenios reunidos en esta suerte de viaje hacia el corazón de la perfección, hacia el amor, la sencillez y la sinceridad... Como la felicidad que produce levantarse con los trinos de los pájaros de la vega y sentir cómo el sol va despertándote poco a poco. Escuchar a Essex Green es como subir colinas suaves y deslizarse por valles amigables, es como seguir un culto solar y antiguo, escapar hacia una existencia pura y dejarse llevar por la pereza, el amor y la amistad. Olvidar el ajetreo la melancolía cotidiana y escuchar música por puro placer, tan sólo para disfrutar de las reverberaciones y los ecos que hacen oscilar el alma. Ahí, sólo ahí, reside el secreto mínimo de la música pop y ahí deberíamos mirar todos, observar atentos por ese ojo de la cerradura que es el agujerito de los discos y no perder de vista esa línea del horizonte que tan bien han dibujado Sasha Bell, Jeff Baron, Christopher Ziter y amigos para nosotros. Y, sí, es un disco buenísimo y excepcional, si es eso lo que se están preguntando todavía.


20 marzo 2006

AVO-8. Encontrar tesoros al lado de casa

No cabe duda, la mejor parte de la filosofía indie-pop reside en haber hecho del descubrimiento la piedra angular de su actitud e ideología. Despreciar las redes de distribución fonográficas establecidas en favor de los encuentros y los imprevistos, vivir de espaldas al mercado y negar la mayor de la cultura de masas (es decir, la propia reproducción masiva) como estrategia de subversión del orden estético establecido han sido uno de los mayores aciertos del movimiento. Llegar a cinco personas con una canción minúscula y conjurar la sorpresa de las cosas que se encuentran por casualidad, obviar los grandes impactos en favor de los maremotos esprituales de tres minutos... Por ello, no es raro que los más oscuros grupos de la época sigan escamoteando a la gloria y la posteridad el consabido CD recopilatorio de Cherry Red (con amplias notas interiores, ilustrado profusamente, disponible en los mails orders habituales), para poner su leyenda a disposición de quién quiera hacerse con ella siempre que sea capaz de seguir las pistas adecuadas por las marañas eléctricas que rodean nuestras actuales sensibilidades


En este caso, el hilo que nos pone sobre la pista adecuada tiene su origen en la página www.avo8.co.uk. A este hilo y a esta pista accedí gracias a que Marcos E. Herrero, más atento a lo que se dice y se comenta por la red me contó lo que contaba un ínclito arqueólogo indie. La rumorología cotidiana con soporte electrónico es siempre más efectiva que cualquier red P2P. Es cierto que, escuchando los consejos de buenos amigos que reprochan una evidente confusión metodológica entre melancolía y senilidad, he jurado no volver a evocar tiempos pretéritos siempre que no sirvan para alimentar pasiones actuales. Por eso, aquí están sonando los AVO-8 en mi reproductor y pienso en cosas como las Girls at Our Best o Dolly Mixture y en la emoción atemporal que siempre contagian. Trepidación, nervios y una mentalidad cenutria que hacen recordar que el pop es escuchar ruidos en la cabeza... ni evocaciones, ni recuerdos. Sólo ruído, un ruído que tapa los oídos, embota la mente y hace que no escuchemos nada más. En resumen, aquí no hay calma ni noches de lluvia, sino guitarras saltarinas y deseos de contar una cosa simple de manera rápida, pegadiza y directa. O, como diría un crítico musical, urgencia punk y sensibilidad pop.



AVO-8 se formaron en 1979 en la localidad escocesa de Edimburgo. La suya es la historia del grupo de amigos que pasan de las conversaciones de pub al local de ensayo en el primer estallido punk y graban un single (Gone Wrong, Stroppo Records) para, inmediatamente después, caer en el olvido. Sin embargo, el año 1985 ve cómo el grupo se reforma con un line-up similar al del 79, para grabar un par de singles y compaginar la vida ajetreada del indie pop con trabajos a tiempo parcial, ya entraditos en años y rodeados de coleguillas que les hacen de road managers, managers y conductores de camionetas alrededor de los pubs aledaños. Pop chulesco y de ámbito local que, a tenor de las fotos que se pueden ver en la página, debía estar más cerca de la película The Commitments que de las peripecias de unos Orange Juice. Reseñas mínimas en el NME y conciertos con cuatro gatos, cinco años dando la tabarra con sus voces femeninas, sus gorgoritos, unas guitarras afiladas lo justo y unas melodías de puro chicle que sirven de banda sonora a la vida de la estrella pop provincial. Aventuras a la vuelta de la esquina que, de ser recordadas en tonos peripatéticos y con aires de grandeza, perderían parte de su moraleja. Las canciones que conforman el legado de AVO-8 son un canto al primero tiro la piedra, pego el grito, salto la valla y ya pensaré en la originalidad después; indie-cenutrio de una época en la que en una isla se cogían las guitarras para hacer pop como quien se pone a pegar patadas a una lata. En estas canciones, por lo tanto, los AVO-8 pasan de la afectación; a fín de cuentas, en su papel de segundones de relumbrón, pueden emplearse con contundencia en la melodía efectiva y fácil y no pensar mucho en los réditos artísticos. Por eso, su sonido es más zoquete y macarra. Si hasta se les escapa algún riff entre las guitarritas trenzadas...


Los AVO-8 no se ponen evocadores. Sólo cuelgan sus canciones en la Red para quien se las quiera bajar por el morro, como diciendo, ahí lo llevábamos pero mira que chulo quedó. Cuatro reseñas, unas fotos más bien cutres y la historia de un grupo sin peripecia pero con estribillos de rompe y rasga. Empalagosas, inmediatas obvias e imprescindibles, canciones que son un tiro al pim pam pum, como quien dice. Aquí no hay lugar para la nostalgia o la queja. Quien quiera que repita, pero que no se ande nadie con chiquitas. Como dicen ellos, cuando dejó de ser divertido se separaron en una fiesta en la que todos acabaron borrachos. Cavernicolismo, mentalidad no future y ruído que vienen a demostrar que, en estos tiempos en los que nos gusta tanto vivir de prestado en épocas pasadas, la intrascendencia acaba ganando por la mano la partida a la historia. Desde luego, es mejor poner las fotos feas y los retazos que conformaron una epopeya vecinal (incluso enseñan una versión del Bowie, en plan pelaje de la dehesa brit) que acabar siendo mitificado en el cuadernillo de una recopilación en cedé. Al final, los AVO-8 dejan un antídoto contra la panoplia historicista compuesto de crudeza pop en estado puro puesta a disposición de todo el planeta para que se vea que las cosas sencillas, contadas de forma fácil, se escapan a la senilidad. Toda una prueba, al fín y al cabo, de que la simpleza, a la larga, traiciona mucho menos de lo que parece.


P.S. Por cierto, otro golpe a la especulación mental, los Hey Paulette! venden a través de su myspace el mítico single I do really love Penelope. Es decir, menos lágrimas de cocodrilo, que los protagonistas enseñan lo suyo como si tal y con menos rollos macabeos de lo que lo venimos contando otros...



16 marzo 2006

The Young Tradition y la fuerza de la costumbre


La cultura pop se basa hasta tal punto en convenciones que, una vez grabado un código estético en el corazón del fan es prácticamente indestructible. En el imaginario mundo-pop las deudas con la propia historia personal no se saldan nunca y el corazón no experimenta cambios por mucho que las circunstancias vayan mutando de manera imprevisible. Esta predestinación, que tiene su parte pueril, es garantía de la rara grandeza de estos universos de papel manila. Y tal vez, la inconsciente tenacidad del pop-fan con su perpetua inmadurez sea el último resquicio que le salva de la imperante e irreversible normalización global, su rastro último de dignidad. Precisamente, son estos clichés el material al que recurre The Young Tradiction para dar forma a sus canciones de twee-pop lánguido. Sin duda, el suyo es como tantos y tantos discos que ya hemos escuchado mil veces antes pero, como sabe muy bien este dúo, hay tardes en las que uno tan solo busca reconocerse en códigos familiares sin necesidad de tener que mirar atrás con demasiada severidad.


Precisamente esta benevolente autocomplacencia es lo que transpira cada canción del primer LP de The Young Tradition The northern drive (Matinee, 2005), descubierto gracias a la ingente labor de proselitismo indie de los chicos de Mira el Péndulo. TYT son un dúo formado por un histórico del twee americano de los 90, Brent Kenji (Fairways, Skypark) y por el sueco Erik Hanspers. No es raro, por tanto, que sean capaces ambos de conjurar esas bellas y suaves melodías que consolaron durante la última década del milenio a los indie-kids planetarios del hundimiento del anorak-pop británico.


Estamos pues ante una muestra de ese indie-pop global de hermosísimas melodías que sustituyó el nervio por la fragilidad, la sensibilidad por un refrescante y exagerado lirismo, y cubrió el planeta con guitarras cristalinas y estribillos con arreglos de trompeta. No hay indie kid en este planeta que pueda resistirse a este sonido. A fín de cuentas, nadie reniega de los primeros amores ni de las sensaciones puras. Es precisamente la conciencia de estar respondiendo a un conjunto estructurado de ilusiones, recuerdos y anhelos comunes donde reside la fuerza de The Young Tradition.


Desde el propio nombre (no exento de ironía a estas alturas), hasta el formato itinerante de banda transcontinental (con un miembro en cada parte del planeta) todo tiene el poso de la intrascendente evocación de esperanzas apartadas y desilusiones enterradas en la memoria. Es un albúm hecho de recortes e instantes vacacionales y, como las fotos de los primeros viajes de juventud, transmite una frescura eternamente intacta. Así que, lejos de preocuparse por el peso que puedan tener sus canciones, el oyente se deja llevar hacia un territorio donde sólo hay que abandonarse a la tranquila sinceridad de sus evocaciones pop.


Pura autocomplacencia sentimental, por tanto, en un disco lleno de canciones pegadizas como California Morning, o Now you know dulces construcciones de merengue pop como Footprints o frágiles y hermosas manufacturas melódicas llenas de melancolía como pueda ser Triangle. Belleza y tranquilidad para dejar llevar los pensamientos hacia paseos por la playa, itinerarios veraniegos y escapadas otoñales... la microutopía cotidiana de la evasión resumida en diez canciones intrascendentes pero muy bonitas. Recuerdos de cuando todo era sencillo y posible... una apelación a la inocencia dificilmente rechazable. Fundamentalmente porque es sincera, modesta, accesible y próxima. The Young Tradition han hecho un disco con la parte amable de nuestras ilusiones. Proponen un viaje hacia ninguna parte, sabiendo que hubo una época en la que escuchábamos los discos pensando sólo en las canciones bellas y las sensaciones simples. Tan sólo hay que acordarse de los mejores momentos, dejarse mecer por este Northern Drive, y ovidarse de la gris realidad por un rato. A fín de cuentas, ¿no era con eso con lo que soñábamos entonces?





10 marzo 2006

Tender Forever. El amor y la poesía eran algo muy parecido a esto...



La imaginación es una membrana rara y delicada que necesita de una cantidad equivalente de dulzura y fortaleza. Las formas estables y fijas combinadas con la liviandad líquida y cálida acaban dialogando hasta encontrar una formulación peculiar de la armonía. En este sentido, si hay algo que puede aportar la irrupción masiva de la feminidad en el mundo del pop es una nueva sensualidad en la que la furia y la calma se mezclen para dar forma a una sensibilidad intensa, desenfadada, próxima y real. En este microcosmos sentimental, más humano y realista, la intimidad no está reñida con el ruido y, la dulzura y la ira pueden convivir en soluciones de continuidad capaces mostrar caminos nuevos y necesarios. Melanie Valera sería una perfecta exponente de esta nueva actitud que parte de la base de que la existencia es múltiple y paradójica. Es una más de tantas y tantas chicas que se embarcan en el viaje creativo asumiendo las nuevas incertidumbres de la postmodernidad sin complejos, sabiendo que las más de las veces la dulzura no sólo acumula ingentes cantidades de materia imaginante sino que sirve como inmejorable principio de subversión en tiempos de parálisis personal y confusión social.


Melanie Valera es la nueva protegida de Calvin Johnson, es una estrella emergente en la galaxia K Records y supone el perfecto antídoto contra el insulso pop global cuyo diálogo con el eterno femenino termina en las superciales CocoRosie y su teatrillo de variedades moderno. Gracias a la certera y apremiante recomendación de Paula he llegado a descubrir las canciones de Tender Forever, con sus arreglos modernos, sus escarceos con el micro-electro-pop, y sus incursiones en formas próximas al hip hop, pero, sobre todo, con su increíble belleza. Para Melanie, nacida en Burdeos, la vida debe ser una aventura insólita; y, en consecuencia sus canciones manchan con alegría, sinceridad y melancolía. En el primer LP de Tender Forever, proyecto personal e intransferible de Melanie, encontramos la dulzura inteligente de Mirah, estribillos hermosos y canciones artesanales. Encontramos palmas, melodía y la templanza de ánimo del que se enfrenta al mundo armado con una pandereta de juguete.


Tender Forever es cautela, es hermosura, es poesía y es un pop delicioso, arty, cuidadoso. Son canciones dulces, ocasionalmente caóticas, de melodías desmontables (que no deconstruídas, eso lo dejamos para las hermanas Cassady) que invitan a acurrrucarse, a jugar y a amar la existencia tal y como viene. Invitan a reir y a llorar y a dar palmas, taparse con la almohada o rapear al salir de la ducha. Muchos lo llamarán lo-fi. Pero el registro es otro, uno de mayor alcance que se desprende del amor por las sensaciones reales y los sentimientos sencillos y sólidos; es el lirismo puro y directo que encontramos en grupos como Dear Nora o en las míticas Softies. Tender Forever deescubre ese mundo de fantasía y dignidad cotidiana (en ocasiones aparece la sombra de la última Ana da Silva, cual hada punk buena), la fuerza de la dulzura y la fortaleza de la fragilidad; pero también vislumbra las decepciones, la inquietud y la vulnerabilidad; la búsqueda de nuevas preguntas ante respuestas anquilosadas... Este primer disco es un viaje maravilloso hacia una forma especial de ver la vida que pasa por asumir una siceridad íntima, es un manifiesto y un gran salto adelante para esa parte del riot-grrrl punk que ha descubierto que, para poder seguir manteniendo postulados hardcore que sean a la vez humanos, es necesaria la sensualidad y el juego ofrecido por esa otra parte soft que todo el mundo atesora. Para dogmáticos y dogmáticas, tanto jugueteo resultará incómodo. Todos aquellos que asuman que las revoluciones tienen mucho que ver con el amor, los que sepan que el ruido necesita del silencio y la certeza de la duda adorarán a Tender Forever (la propia canción homónima es todo un manifiesto) y se maravillarán de la sencillez en poner música y desparpajo a estas ideas.


Plagado de canciones bellísimas, The Soft and the Hardcore es un disco que transpira alegría por la vida. Y la vida, como la imaginación es dúctil, hermosa, triste y quebradiza. Un milagro incierto y una bola de fuego. Así que, finalmente, el amor y la poesía eran este sentimiento íntimo, pequeño y doméstico que es el que posibilita la aventura, la belleza y la realidad. Perfecta síntesis de esas nuevas ideas, nuevas sensibilidades y nuevas creatividades femeninas que dotan de fuerza a un género que parecía agotado. Pólvora de colores para disparar canciones que, en las manos adecuadas, están demostrando que el entusiasmo y la ausencia de complejos puede servir de insólita bomba-H contra las convenciones, las ideas preconcebidas y las maquinaciones de unas estructuras que sólo pueden ofrecer una rigidez carente de suavidad que, por otra parte, nada tiene que ver con la auténtica fortaleza.


Tender Forever estará tocando el 7 de abril en el festival South Pop de Sevilla y el 3 de junio en el Primavera Sound en Barcelona


04 marzo 2006

Escapar del canon occidental. Vic Godard & Tall Dwarfs

Los últimos años del siglo pasado vivimos con asombro cómo la cultura enrollada ascendió a los altares de la industria aprovechando las múltiples oportunidades que ofrecía la fase blanda del capitalismo cultural. La mente de la máquina se convertía así en una membrana permeable a los impulsos del subsuelo y todos celebramos la enorme rentabilidad de la pluraridad de contenidos, las virtudes de la microsegmentación elevada a la categoría de dogma y la sacrosanta luz de lo cool convertida en proposición única de venta. En aquellos días locos y felices de los 90, pocos podían imaginar que aquello desembocaría en un nuevo y severo Canón Occidental orientado a clonar un nuevo ogro corporativo blindado con la legitimidad de la cultura undrground. Ahora que nadie se puede quejar porque, después de mil dinámicas de grupo, los productos se ajustan a nuestro gusto, soportamos una industria cultural que se ha vuelto enrollada pero inflexible. No hay libros de reclamaciones, ni anotaciones a pie de página. Ésta es la nueva Regla de Tres: con ustedes Franz Ferdinand y los mil grupos culturalmente correctos. Bienvenidos a la fase dura del mercantilismo estético.


Es el nuevo puritanismo representado y defendido por la revista Mojo, la página web Pitchfork Media y el vademécum All Music Guide. Es el canón global del buen gusto; ya están asumidas las demandas del underground menos problemáticas, y puestas negro sobre blanco en la Hoja de Ruta de la normalización estética mundial que empezasen a escribir Beck y Björk hace más de una década ya. Nadie se puede quejar; no podemos hablar de ogros corporativos, ni de holocausto de la espontáneidad o del gusto. Ni mucho menos de guerra de exterminio para despojar a la cultura juvenil de sus rasgos identitarios, de su personalidad anómala, ni de sus asociales extravagancias. Ni el Mojo es un complot de hippies vendidos al establishment que fagocita cualquier referencia y la reduce a una ramplona cuestión de coleccionismo, ni Picthfork Media responde a criterios de uniformización enrollada, ni All Music es más que una buena base de datos. Que nadie hable de taxidermia, de publicidad encubierta o de neo-liberalismo alternativo, que nadie sugiera que la versión que todos ellos dan del rock es inofensiva, cauta, castradora y odiosa. Por fin hemos asumido que la música pop es un corpus uniforme en el que hay destellos de enorme calidad, con idependencia de la actitud, la incertidumbre o el caos. ¿Por qué no asumir a Zappa con la misma tranquilidad que a la Velvet Underground? Insistir en temas como la revuelta, la diferencia, el ruido o la furia es poner trabas absurdas al progreso cultural. La música es cultura establecida, no romanticismo. Lo otro es un sinsentido que linda con temas tan escabrosos como la locura, la automarginación y, en ocasiones, la apología del terrorismo.


Por eso, la locura, la automarginación y los berridos al aire, con idependencia de consideraciones acerca de la calidad de ejecución, se han vuelto bienes preciados. Una palabra más alta que otra, el acorde equivocado, la mirada perdida y el aspecto incorrecto... cualquier muestra que haga que el maqueadoblico moderno se incomode es absolutamente preciosa. Así que vamos a situarnos en el barcelonés Pocketclub del Mercat dels Flors que empiezan a tocar Vic Godard y Subway Sect. O vamos a sacar dos preciosas reediciones de los LPs de Tall Dwarfs sin notas interiores pero plagadas de dibujos y garabatos que acabamos de adquirir. Vamos a escuchar voces desafinadas y sinceras, miradas perdidas en un viaje al fondo de uno mismo, canciones quebradas y rupturas de las formas exigidas.

Vic Godard toca con una guitarra que suena mal. Vic Godard tiene una voz que se escapa en forma de hilo en las primeras canciones y que, poco a poco, se transforma en un graznido. Los Tall Dwarfs son Chris Knox y Alec Bathgate y hacen canciones hermosas y raras que suenan mal. Unos y otros generan una especial magia que proviene de la asunción de los errores propios. Unos parecen dos chalados, Vic Godard parece un anciano loco. Vic Godard toca canciones de Subway Sect, con una falsa Subway Sect (que, por otra parte, cuenta con dos tercios de las mágicas y abrasivas Wet Dog); toca de forma peculiar lo que quiere. Jazz, punk, pop, canción francesa. No hay norma alguna. El orden está aparentemente dentro de su cerebro y allí debe ser, imagino, donde las piezas encajan. Muchos esperarían mod-punk, o after-punk que es lo que está de moda. Godard ha tocado en Barcelona, en un registro absolutamente solipsista, algo que está lejos de todo eso. Algo distinto a lo esperable. Ha demostrado que no hace falta tener un sonido elaborado, ni basarse en influencias políticamente correctas para romper la osamenta del pop ni siquiera cuando los demás quieren convertirte en una influencia correcta. Este otro pop se descoyunta en aristas que pinchan. El inventó parte de lo que muchos copian; pero las aristas de su música saltan solas. No está a la moda, seguro. Vic Godard ha tenido la mitad de público que sus teloneros, los Veracruz, y mucha gente no ha entendido que una leyenda parezca un deshauciado. Vic Godard no es cómplice del Canón Occidental porque ha dado en su vida muchas patadas a la hora de cerrarse puertas. Y no parece que quiera llamar a ninguna de ellas. Está fuera. Gracias que está Vic Godard, aquí, con nosotros. Esta noche casi se puede tocar esa forma rara de felicidad, emparentada con la curiosidad y la extrañeza simultáneas que sólo ofrece la música pop.


Tall Dwarfs grabaron en varias décadas canciones dispersas. A Chris Knox y a Alec Bathgate les daba igual el rítmo, la lógica y el tiempo. Ellos hacían canciones a medias (en todos los sentidos). También les daba igual la idea preconcebida de lo que debe ser una canción. Chris Knox, como Vic Godard fue también punk. Pero en Nueva Zelanda. Tall Dwarfs son paradójicos. Hacen hermosas canciones que suenan feo. Hacen canciones feas que suenan bonitas. Tienen un disco de maravilla que se llama Weeville y en la foto de la portada parecen un par de subnormales. Es difícil bajarse sus canciones de la red P2P, lo que demuestra que estas redes también son tecnologías de difusión selectiva como lo fueron en otra era las radiofórmulas. Hacen folk, hacen pop, hacen una especie de no-punk; hacen canciones en casa. Unas son lentas. Otras no. Otras parece que se escapan entre el laberinto que une los oídos al cerebro. Tienen un disco extraño Fork Songs. Y una discografía imposible de seguir, variopinta y misteriosa. Gracias a dios, es difícil encontrar información sobre ellos. Otros que están fuera.


Las diferencias entre lo que está dentro y lo que está fuera son enormes. Es pop, no debería tener nada que ver con controles, sean de calidad o de cualquier otro tipo. Ni con ejercicios de erudición. Pero, al final, la historia la escriben siempre los enrollados, los que dan palmadas en la espalda, los que se las saben todas. Por eso me ha impresionado tanto la simultaneidad del encuentro entre Vic Godard y los Tall Dwarfs; porque recuerda que la magia del pop no está en sabérselas todas sino en ser capaz de encontrar un punto de ruptura adecuado. Una palabra que revoque el orden, que niegue los principios de autoridad. El principio de autoridad intentó que Vic Godard se estuviese quieto en la etiquieta after-punk. Y habrá críticos enrollados que se limitarán a leer lo que pone la etiqueta cuando escriban sobre la noche que Vic Godard tocó en una Barcelona helada. Habrá quienes vean en los Tall Dwarfs unos pioneros del sonido lo-fi (punto de partida del mainstream cool, piensen y recuerden Kids de Larry Clark) , solo relevantes por parecerse a Pavement o a Sebadoh. No quieren afrontar la extrañeza de no saber dónde están. Los territorios incógnitos nunca han gustado a los forjadores de cánones ni a los vigilantes de las formas y las costumbres.


Porque, despojada de manera interesada de cualquier capacidad corrosiva, la cultura pop vive muy cómoda en su particular parque temático mental para treintañeros que lo mismo te recuperan una década de los 80, como te redescubren a una folk-singer gracias a la labor de Rev-Ola (¡cultura pop subterránea al minuto!)o lloran de alegría mientras leen la correspondencia completa de Joe Meek de camino al loft. Muchos son los que viven cómodos cual modernos infiltrados sin que necesiten que unos freaks vengan a darles la murga con la cantinela de unir fantasía y vida. No, no se trata de eso, dirán, sino de hacer discos buenos y de calidad. Como el último de Devendra Barnhart. O el de los Editors.


Por eso, la odiosa Pitchfork Media se atreve a decir de los Tall Dwarfs: “no te preocupes, tu vida no será menos completa si no te gusta esta banda” con la confianza del que sabe que tiene toda una estructura de coacción cultural para respaldarle. Porque al final ¿cual es el drama? El drama es que esta gente que nos está imponiendo una revisión domada de nuestros gustos nunca ha sentido nada de lo que los Tall Dwarfs cuentan y cantan en sus canciones. Como muestra, escuchen la canción Think Small (hey, hey the world is cruel and people are strange / I want to close my eyes/ I want to close my eyes / I want to close my mind / my life is nothing at all / I will think small) y piensen que son precisamente esos sentimientos y las canciones que hablan de ellos los que te cambian la vida. Los que marcan la diferencia entre estar dentro o estar fuera. Que es la única diferencia que, al final, importa.


Vic Godard tocó la noche del 24 de febrero en el Pocketclub del Mercat dels Flors de Barcelona en torno a las 23:00h. Los discos de Tall Dwarfs están editados en Cloud Records (www.cloudrecordings.com)