26 mayo 2006

Místicas y envidias en torno al microsurco


Dentro de su acertada política de expandir los márgenes de la experiencia artística a otros recorridos culturales limítrofes, el tranquilo y mediterráneo Museu d'Art Contemporani de Barcelona (MACBA) presenta una peculiar historia de la envidia. La exposición Vinil! Discos y carátulas de artistas, se plantea como una exploración aproximativa a las ambivalentes relaciones entre arte y música pop. Sin tener un ánimo exhaustivo, la muestra transita por la mayoría de las intersecciones entre lo sónico y lo artístico, dejando retazos de múltiples relatos inconclusos a lo largo del recorrido. En resumen, la muestra esboza una hermosa historia de amor, tal vez odio, seguro que envidia entre la alta cultura y la cultura popular, dejando la resolución abierta y las moralejas suspendidas entre el espacio difuso que queda entre el estribillo pegadizo y el silencio vanguardista.


Desde el mismo momento en que el gran Caruso imortalizase su cristalina voz en aquellas roadajas de grueso vinilo, dejando congelados unos instantes de fugacidad, la alta cultura empezo a perder la batalla por los sueños de la humanidad. Desde aquellos primeros instantes, la industria del disco, con tanta o mayor intensidad que el cinematógrafo, fue capaz de iluminar, a lo largo del siglo XX, los sueños, de súbito masivos, de una humanidad que se adentraba en la extraña aventura cultural en la que andamos todavía hoy absortos. Masificación, auterreferencialidad, abstracción, fragmentación y banalización como elementos desechables de nuestras místicas de lo efímero. Primero el jazz, más tarde el rock and roll y finalmente las explosiones pop, llegaron más lejos que el arte en el camino que iniciase Mallarmé hacia la deconstrucción y autodestrucción de la forma como requisito de la sensación pura.


Desde aquellos primeros momentos, el arte miró con deseo al mundo del sonido, primero fascinado por su capacidad de romper formas establecidas, más tarde envidioso por vestirse con elementos visuales capaces de impactar de manera decisiva en el imaginario común de una nueva masa de consumidores de soluciones espirituales y utopías suburbanas cuyo surgimiento había sido previsto, pero no calculado por la Alta Cultura.


Por ello, es acertado el enfoque de esta exposición en la que se transita del rock a la música de vanguardia sin problema alguno, retratando la relación global entre el mundo del arte moderno con el mundo del sonido moderno. Desde las primeras incursiones de esos ruidosos dadaístas, o de un Jean Dubuffet que, buscando una conexión con ese hombre de la calle artista, se calza un saxofón, hasta los conocidos grafismos de Raymond Pettibon para Sonic Youth o Black Flag, pasando por las aventuras warholianas y las bandas de modernos pintores actuales (The Alma Band o los discos en solitario de los hermanos Oehlen), la mayor parte de los capítulos esenciales de la historia están aquí representados. Intersecciones sonoras y visuales se suceden; así, es curioso ver cómo, mientras los músicos pop se arropan del arte para envolver de prestigio cultural un producto finalmente de consumo, artistas como Beuys (artífice de la adptación socialdemócrata del liberal pop-art, por otra parte) recurren a la alquimia pop en busca del paroxismo comúnal propio delos rituales de la cultura de masas. Aquí están (por supuesto) los incios del ruidismo, las peculiaridades y locuras de vanguardistas patrios como Juan Hidalgo y sus divinos Zaj o las curiosas experiencias musicales mutantes de John Cage, los poetas beat, los pintores locos o los guitarristas No Wave. Para fans del arte y del rock hay el suficiente material de curiosidades, memorabilia y, sobre todo, fascinantes y hermosas cartulinas de 30x30 y círculos de plástico negro que han poblado de ruído y arte nuestros sueños. Mención aparte merece la sección El ámbito español donde se expone con detalle el asunto de Nazario y Lou Reed, se descubren las incursiones de Ceseepe como portadista de pop exquisito (o no tanto) o se disfruta de una portada del Dioptría de Pau Riba customizada por, de nuevo, Nazario. Ausencias hay algunas curiosas (¿por qué no hay un poquito más de art rock?), pero las suple con creces el monumental volúmen de material disponible para que disfruten, a partes iguales, el vanguardista y el roquero. Y no digamos ya el roquero vanguardista.


Porque en el fondo, todo hombre del siglo XX, en mayor o menor medida, lleva dentro de sí un artista y un roquero. Algo que descubre el visitante al pasear encantado por estas salas. Y a ese sentimiento hermoso es al que apela esta exposición. Esta es la crónica de ese deseo de fascinación y utopía que se ha intentado de manera, a veces tan peregrina, colmar desde ambos ámbitos. Una exposición que permite, además, comprender que una parte muy grande de la batalla la gana con creces el fascinante, inquietante y estiloso rock and roll con su imagen fácil y, aún así, estudiada; con su nervio visual, rítmico y mental. Por ello, quien quiera, va a poder leer entre líneas la historia no tanto de un encuentro como de un anhelo alimentado por la envidia. La narración del ansia sufrida por un arte moderno que, reinando en la alta sociedad, contando con un aparato crítico insólito y una capacidad de llevar lenguajes propios y ajenos hasta límites insospechados, es incapaz de maravillar, enamorar y obsesionar en la medida en que lo hacen los tres minutos contenidos en una canción pop. Hermosa historia ésta en la que un programa utópico de liberación espiritual (toda la vanguardia del pasado siglo XX lo es, que no se engañe nadie) resulta futil ante las descargas eléctricas de una música capaz de hacer del sincretismo algo más que un mero crisol, para transmutarlo en materia de sueños breves y, en consecuencia, eternos. Una historia sin moraleja en la que, a pesar de su derrota, los artífices de dichos programas de salvación cultural se descubren soñando que la sensualidad fácil del microsurco resulta más atractiva y seductora cuanto más imposible es su traducción a complicados postulados culturales.


La muestra Vinil. Discs i caràtules d’artistes puede verse en el MACBA hasta el 3 de septiembre de 2006.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Mmmmmmmmmmmmmmm
Resulta muy sugerente. ¿Qué me dices del catálogo? ¿Vale la pena?

Karpov Shelby dijo...

Pues es una pena porque el catálogo desmerece bastante con respecto a la exposición.

Podía haber sido un buen complemento, con sesudos artículos y esas fotos de performances, happenings y acciones que siempre son tan de agradecer. Pero se ha quedado en simple inventario del material reunido.

También podían haber editado un cd porque en los puestos de escucha había grabaciones de lo más golosas, por lo vanguardistas...

Anónimo dijo...

Será porque les gusta ver a los amantes del rock y el arte allí sentaditos, escuchando esas grabaciones "golosas"... en lugar de verlos paseando por la Plaça dels Àngels que está increible en esta época del año...

Anónimo dijo...

El catálogo es como dice Karpov, inventario, pero peor: la reproducción de las portadas es tan diminuta que no permite disfrutar del pequeño porcentaje de ellas que tienen gracia.
Como mucho, sirve como guía de búsqueda y captura en ebay. Con él, el tiburón menesteroso se hará con unas cuantas docenas de discos de ésos que sirven para impresionar a las visitas, y poco más.