21 septiembre 2006

Las mejores intenciones


Vamos a dejarnos llevar por los buenos sentimientos un momento. Tras las convulsiones dialécticas de los últimos días, su humilde servidor Karpov da rienda suelta a las buenas vibraciones y se deja caer por el concierto de los amables barbudos de Vetiver. Parece que fue ayer cuando este combo de amodernados melenas se presentaron apoyando a un Devendra Banhart que aun no había saboreado las mieles del éxito masivo. Entonces, dieron forma a un concierto divertido y rotundo, simpático y sencillo en el que la naturalidad y desparpajo del carismático y caradura Devendra encajaba a la perfección con la efectiva pericia de esta pandilla de pasotas. Esta vez, trasmutados en unos líricos freak brothers consiguen arrancarnos una sonrisa. Pero tampoco dejarán un recuerdo indeleble. Pero bueno, estos hippies a veces son así. Como pajarillos que vienen y van, dejando algún pío bonito pero leve allá por donde pasan. Sí, pienso en los pájaros de la vega y en los lirios del campo...

Pienso en esa parábola bíblica en la que se afirma que las despreocupadas criaturas de la naturaleza vagan sin pensar en esto o en aquello y, sin embargo, viven tranquilas sin que les falte de nada. Y pienso en esos Vetiver que tocan sus canciones bonitas sin más; también pienso en lo poco que parecen preocuparse de si son mejores o peores o si convencen o no a un público moderno y de alto poder adquisitivo... Ahí están, a lo suyo. Sin preocuparse de mucho más que de si la guitarra suena bien, de poner cara de flipe de dejar elevarse sus trinos hasta el infinito como quien no quiere la cosa. Noche de hype, por tanto en el Moby Dick con caras tan conocidas como Christina Rosenvinge, la diseñadora y artista povera peseta, Manuel Siesta o el cantante de Edwin Moses recién aterrizado de una gira por Tokio. Mucho periodista de la prensa mayoritaria dispuesto a enterarse de qué se cuece un poco más allá de la difusa línea que separa al mainstream de lo alternativo; becarios pijos del sector de la publicidad, creativos y gente que no madruga. Noche de hype, ya digo para ver "al grupo del Devendra ". Que era a lo que estábamos todos...



Y los Vetiver salieron, tocaron un buen rato y convencieron a muchos. Pero a mi no del todo. Entre el público, todo hay que decirlo, mucha gente estaba convencida de antemano por lo moderno del evento social. Y muchas niñas bailaban como en el DVD de Woodstock . A muchos de los allí presentes lo mismo les hubiese dado ver a un Rufus, a unas CocoRosies o a un Antony. En un concierto que no estuvo mal, los Vetiver desarrolaron su bucólica propuesta con unos modos agradables y, en algunos momentos narcóticos. Frágiles y líricos, tuvieron unos hermosos primeros quince minutos en los que, dejándose llevar por su lado más pastoral, encandilaron al personal con tintineantes melodías y expansivas armonías vocales. Una guitarra eléctrica que iba saltando sobre la canción con acierto, una guitarra acústica efectiva y capaz de dar cuerpo al conjunto... muchos ojos en blanco, caras de tener el beat de Frisco, y todos tan contentos. Durante quince minutos, me dejan encantado, la verdad. Luego el ensueño se rompe.



El encanto se rompe porque los Vetiver no saben salir de la fragilidad deliciosa que exhiben en su último y bonito LP (To Find Me Gone, Fat Cat 2006). Y cuando lo hacen es para caer en un rock muy setentero, a veces directamente AOR. Hay pocos rastros de la divertida pandilla de barbudos que capitaneaba Banhart y mucho ensimismamiento hippy que, sin estar mal, a veces resulta tedioso. Faltan canciones, falta carisma. Del resto vamos sobrados, pericia, voces preciosas, guitarras trenzadas... todo está allí y, sin embargo, no hay magia. Ausencia notoria de un demiurgo guasón que le ponga chispa al asunto. A cambio, nos obsequian con una versión de Lindsay Buckingham. Y a veces recuerdan un poquito a Gram Parsons ... Al final todo se desliza hacia el aburrimiento moderado. Pero los Vetiver, tras una hora de concierto, ya están a lo suyo y tocan y tocan sumidos en un estado mental propio. Un bis más enérgico y hasta la vista. Nos cuentan que vuelven a su casa, a la Bahía uno y a Carolina del Norte los otros. Despreocupados, se retiran sabiendo que, sin ser músicos brillantes , se les ha concecido el don de poder disfrutar de la música con tranquilidad y vivir de ello. Y, como los pájaros de la vega, no piensan en mucho más y van de aquí para allá cantando su tonada.



Y uno se queda contento porque el concierto no ha ido mal. Pero también se queda un poco como estaba porque, después de pensarlo, cae en la cuenta de que no han tocado nada interesante. Qué pena que no viniese el tunante venezolano para hacer sus gracietas y cantar con su vocecilla impostada a lo Bolan-Donovan. O para motivar una jam session hippiosa y vacilona, mover al personal y levantar los ánimos con carisma y tontería. Porque, Vetiver, desafortunadamente son sólo unos músicos sin cantante que se dejan llevar por el viento de la temporada hacia la hermosura insustancial de la nada. Y, eso, los que estamos en la parte de abajo del escenario lo notamos, no tanto en la calidad de las canciones (indiscutible) como en el sueño que te atrapa antes de que puedas llegar a casa, tumbarte en la cama y soñar con un eterno verano del amor, con flores en el pelo o con volver a ése San Francisco de la mente del que salen grupos como éste.

Vetiver tocaron la noche del martes 19 de septiembre en la sala Moby Dick de Madrid


3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡¡ JIPIS !!!

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo con su visión del concierto. A mi me dió la impresión de que habia público que aplaudia mirando de reojo a la estrella, el plumilla o el pope. En fin, el concierto no compensó el cansancio del día siguBiente.

Anónimo dijo...

Tampoco llamaría yo obsequio a una versión de Lindsay Buckingham ¡Es alucinante! ¿Qué va a ser lo próximo? ¿Versiones de Steely Dan, de los Styx? ¿No hicieron ninguna de los Eagles? Ya tardan.