04 septiembre 2006

El libro de arena


Eso parece la Internet, con tanta información dispersa por sus recovecos, pliegues y zonas de tránsito electrónico. En estos nuevos márgenes, la información residual, nos es devuelta a la orilla por la marea de datos, para desesperación de completistas, que ven cómo el saber que dejaron cerrado y estable al término del día, se ha vuelo a mover por a la mañana siguiente. Sin embargo, los que somos más dispersos, podemos dejar volar libremente nuestro pensamiento a través de los reflejos más blandos de la cultura de masas y disfrutar, sin complejos, de sus aspectos más superficiales e inmediatos. Hoy, le toca el turno al viejo gruñón William S. Burroughs, que aparece y desaparece entre las múltiples interpretaciones gráficas de su prosa, dispersas en las cubiertas de sus atípicos libros.



Mira que, a lo largo de mi vida he leído con interés los libros del viejo intentando desentrañar su peculiar codificación verbal y simbólica, transitando entre las múltiples reiteraciones, analogías y correspondencias de manera infructuosa (sí, Burroughs siempre me ha dejado a medio camino entre el estímulo y la frustración). Por eso es un gusto dejarse arrastrar por el superficial
cut-up visual que hoy referencio. Gracias al vademécum de cultura pop que es Papel Continuo llego, una noche, a esta increíble página en la que se recogen muchas, muchísimas, cubiertas de las obras escritas por el viejo y chungo heredero del imperio de la máquina de calcular. Alucinante viaje en el que se unen los lenguajes visuales del folletín, la novela de cuatro duros (el pulp aquel que le decían los americanos) y la edición de bolsillo con las ediciones culteranas (el exilio, la edición en Paris de la obra magna, aquellas letras de Henry Miller recomendándolo, etc.). Al final de la travesía, como sucede siempre con el viejo malencarado, uno queda aturdido, con la sensación de haber sido testigo de mutaciones en blanco. Al igual que sucede en las novelas, en las que la precisa máquinaria metafórica de Burroughs parece estar diseñada para escamotear y ocultar la parte sustancial de su pensamiento, las oscilantes ilustraciones que presenta esta página no hacen más que fragmentar y deformar en atractivas desviaciones la imagen (en este caso editorial) de tan extraño genio.


Ahora que parece que se vuelve la mirada a esa generación beat, de la que el viejo cow-boy Bill fue involuntario padrino y ocasional metemanos, no está de más recordar cómo la trayectoria del lúcido y resistnte
barbazul flota solitaria en la inmensidad de su propio vacío. Estos cientos de miles de portadas son una prueba más del exceso de información formal que rodeó al viejo; el envoltorio de aquel extraño experimento literiario del cut-up que quiso ser el espejo roto de una existencia alienígena. Todo un trip que no deben perderse, escapen o no escapen de los múltiples doctores Benways y las máquinas blandas que esperan para sacarnos los higadillos apostados en las interzonas de nuestros futuros imperfectos.





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