Tiempo desapacible en Madrid. Fín de semana de frío, citas musicales ineludibles y resfriados. Así son los otoños en esta ciudad, una peculiar combinación de trepidación, lluvias y vientos racheados, diversión y ligero malestar. Por eso, y viendo que de los catarros leves no nos salvará ninguna deidad menor, decido ir a ver si la música pop remedia algo la cosa. Desde luego, las citas no pueden ser más atractivas: los legendarios BMX Bandits y Los Punsetes en dos días consecutivos. Un interesante plantel musical para el sábado, para el viernes... y al final, tanta noche de frío y viento se queda en nada diluída en el reconcetrado vitriolo punsetiano y en la sincera y luminosa alegría de los bandidos del señor Duglas T. Stewart.
Los Punsetes, viernes 24 en el Würlitzer Ballroom (c/ Tres Cruces).- Segundo concierto de Los Punsetes en poco tiempo. Los Punsetes están tan cerca de la realidad que su óptica de costumbrismo amplificado parece absolutamente distante; no sólo se les ve lejos de público y crítica sino de ellos mismos. Depurando su puesta en escena, aparecen siniestros, herméticos, contradictorios, feistas. Pero también esteticistas. De nuevo el Sonido de los Noventa llenadolo todo, pedales de fuzz y una propuesta que se traviste de noise rock frío para envolver unas letras hiperrealistas y maniáticas. La cantante, vestida de japonesa, con el gesto enajenado y con un imposible peinado babélico, moviéndose robótica o nerviosa, según la ocasión; no mira al resto del grupo que está a lo suyo. Una escenografía imposible en la que no faltan unos nunchakus forrados de seda y con cadena de oro.
Los Punsetes son brillantes porque han sabido cantar a la manía sin tener que impostar el gesto. Su universo, es un universo cotidiano de frustración, aburimiento, obsesión y compulsión de bajísima intensidad. Han sabido sacar la foto fija sin apenas perder un ápice de frescura. Están lejos de las coartadas musicales que apuntan hacia la calidad; están cerca de las noches en vela, las ideas recurrentes, de la insoportable fluidez de la rutina... Y, en directo, crean a su alrededor un microclima extraño en el que parte de lo visto en la maqueta aparece pintado con colores más vivos y, otras partes, aparecen más contradictorias aún. Extraño apocalípsis local, en el que brilló especialmente la anormal y chunguísima Pai - Pai y se confirmó que Topacios y jacintos es la piedra angular de ese universo punsetiano que, día a día, cobra una solidez nueva. Extrañas visiones envueltas en nubes de paracetamol y conversaciones banales, nos llevan de vuelta a casa esta noche de viernes. Los Thelemáticos no me dijeron nada especial.
BMX Bandits, sábado 25 en el Neu! Club (c/ Galileo 100).- Los BMX Bandits siempre han sido un grupo peculiar. Carentes del luminoso autismo de unos Pastels, sin un ápice del talento y el fulgor de los Teenage fanclub, han llevado con distinción el sambenito de ser eternos segundones en esa tierra de promisión pop que es Glasgow. Y, sin embargo, pocas bandas despiertan tantísimo cariño como la liderada por Dugals T. Sterwart. A pesar de las mil formaciones diferentes, de los desatinos, de los gestos de cuestionable humorismo, en cada rincón del planeta hay un indie-kid dispuesto a defender a los BMX Bandits. Para mi los bandidos son la inocencia, la pureza y el amor ciego por la música pop. Son la insistencia, la imposibilidad, la rareza, el fallo sistemático... y canciones de una sinceridad y bondad como no se dan con mucha frecuencia en el pop. Candor e inocencia, Amor sin rubor. Todo con mayúsculas, sin vuelta de hoja.
Tras diez años de ausencia de nuestros escenarios (¡diez años!), Duglas volvió, como vuelve un viejo conocido. Sonriente, acompañado de una chiquita rubia (Rachel), un pianista (David Scott de Pearlfishers ) y un guitarra acústica. Flanqueado por Gerard Love (corrección: era Francis McDonald, en realidad) y Norman Blake y con lo mejor de su repertorio bien ensayado. La sala (insólito en Madrid) acompañaba: ambiente hospitalario, sonido excelente, escenario amplio, lo más granado del Madrid indie en entre el público... todo tenía aire de reencuentro y de acontecimiento. Y así, Duglas, dispuesto a abrirnos su corazón con la campechana sinceridad de siempre ejerciendo de maestro de una ceremonia hermosa en la que el recuerdo de una cierta Edad de la Inocencia musical se confundía la magnífica demostración de tenacidad y maestría. Brillantísima ejecución musical, vibrantes y sentidas interpretaciones de éxitos, regalo de canciones ineditas, versiones de altura (Thinking about you baby de los Beach Boys, magnífica), éxitos de siempre como (Your class, magnífica; Girl at the bus stop, simplemente mágica; Serious drugs, Gettin' dirty ... ), simpatía a raudales, humor y ausencia TOTAL de pretensiones dieron forma a un concierto de pop en el que la pureza pudo vencer cualquier recelo previo con que se hubiese entrado a la sala. Al final del concierto, un single precioso (The sailor song / Doorways, Hungry Records 2006) con un adelanto insólito de su próximo disco (listo para el año que viene, según decían) dedicado por nuestro simpático y peculiar ídolo ¿se puede pedir más? Sólo que dure ésta programación de conciertos y que tengamos Neu! Club para rato.
Veinte años de trayectoria. Este es el tiempo en el que Duglas T. Stewart ha cantado a sus amores posibles e imposibles. Son los años en los que ha derrochado su amor por la música y por la vida y lo ha contado sin retruécano alguno. Con sencilla ausencia de complejos, con humor (a veces tuno, de acuerdo) ha construído una carrera basada en cantos a la amistad, la fe, el cariño... En uno de los bises Duglas nos contaba que los BMX Bandits han sido mi vida, mi familia ... han hecho mis sueños realidad y, al escucharlo pensaba en hace diez años, cuando vi por primera vez a Duglas sobre un escenario. Y no pude evitar sentir una punzadita de emoción, porque BMX Bandits, con sus grandezas y sus pequeñeces, también han formado parte de mis sueños, de mi vida, de manera decisiva, sincera, simple. Y escuchar a Duglas dar las gracias y cantar What a wonderful world es un poco como recuperar esa porción de maravilla que contiene la música. Y, cuando salimos del Neu! club ya no podemos decir si el concierto ha sido bueno o malo, porque ha apelado a otros criterios, muy lejos de la ruín disquisición sobre la calidad musical, y ahí en esa apelación es donde reside la peculiar grandeza de Duglas. Dónde ha residido siempre.
Los Punsetes, viernes 24 en el Würlitzer Ballroom (c/ Tres Cruces).- Segundo concierto de Los Punsetes en poco tiempo. Los Punsetes están tan cerca de la realidad que su óptica de costumbrismo amplificado parece absolutamente distante; no sólo se les ve lejos de público y crítica sino de ellos mismos. Depurando su puesta en escena, aparecen siniestros, herméticos, contradictorios, feistas. Pero también esteticistas. De nuevo el Sonido de los Noventa llenadolo todo, pedales de fuzz y una propuesta que se traviste de noise rock frío para envolver unas letras hiperrealistas y maniáticas. La cantante, vestida de japonesa, con el gesto enajenado y con un imposible peinado babélico, moviéndose robótica o nerviosa, según la ocasión; no mira al resto del grupo que está a lo suyo. Una escenografía imposible en la que no faltan unos nunchakus forrados de seda y con cadena de oro.
Los Punsetes son brillantes porque han sabido cantar a la manía sin tener que impostar el gesto. Su universo, es un universo cotidiano de frustración, aburimiento, obsesión y compulsión de bajísima intensidad. Han sabido sacar la foto fija sin apenas perder un ápice de frescura. Están lejos de las coartadas musicales que apuntan hacia la calidad; están cerca de las noches en vela, las ideas recurrentes, de la insoportable fluidez de la rutina... Y, en directo, crean a su alrededor un microclima extraño en el que parte de lo visto en la maqueta aparece pintado con colores más vivos y, otras partes, aparecen más contradictorias aún. Extraño apocalípsis local, en el que brilló especialmente la anormal y chunguísima Pai - Pai y se confirmó que Topacios y jacintos es la piedra angular de ese universo punsetiano que, día a día, cobra una solidez nueva. Extrañas visiones envueltas en nubes de paracetamol y conversaciones banales, nos llevan de vuelta a casa esta noche de viernes. Los Thelemáticos no me dijeron nada especial.
BMX Bandits, sábado 25 en el Neu! Club (c/ Galileo 100).- Los BMX Bandits siempre han sido un grupo peculiar. Carentes del luminoso autismo de unos Pastels, sin un ápice del talento y el fulgor de los Teenage fanclub, han llevado con distinción el sambenito de ser eternos segundones en esa tierra de promisión pop que es Glasgow. Y, sin embargo, pocas bandas despiertan tantísimo cariño como la liderada por Dugals T. Sterwart. A pesar de las mil formaciones diferentes, de los desatinos, de los gestos de cuestionable humorismo, en cada rincón del planeta hay un indie-kid dispuesto a defender a los BMX Bandits. Para mi los bandidos son la inocencia, la pureza y el amor ciego por la música pop. Son la insistencia, la imposibilidad, la rareza, el fallo sistemático... y canciones de una sinceridad y bondad como no se dan con mucha frecuencia en el pop. Candor e inocencia, Amor sin rubor. Todo con mayúsculas, sin vuelta de hoja.
Tras diez años de ausencia de nuestros escenarios (¡diez años!), Duglas volvió, como vuelve un viejo conocido. Sonriente, acompañado de una chiquita rubia (Rachel), un pianista (David Scott de Pearlfishers ) y un guitarra acústica. Flanqueado por Gerard Love (corrección: era Francis McDonald, en realidad) y Norman Blake y con lo mejor de su repertorio bien ensayado. La sala (insólito en Madrid) acompañaba: ambiente hospitalario, sonido excelente, escenario amplio, lo más granado del Madrid indie en entre el público... todo tenía aire de reencuentro y de acontecimiento. Y así, Duglas, dispuesto a abrirnos su corazón con la campechana sinceridad de siempre ejerciendo de maestro de una ceremonia hermosa en la que el recuerdo de una cierta Edad de la Inocencia musical se confundía la magnífica demostración de tenacidad y maestría. Brillantísima ejecución musical, vibrantes y sentidas interpretaciones de éxitos, regalo de canciones ineditas, versiones de altura (Thinking about you baby de los Beach Boys, magnífica), éxitos de siempre como (Your class, magnífica; Girl at the bus stop, simplemente mágica; Serious drugs, Gettin' dirty ... ), simpatía a raudales, humor y ausencia TOTAL de pretensiones dieron forma a un concierto de pop en el que la pureza pudo vencer cualquier recelo previo con que se hubiese entrado a la sala. Al final del concierto, un single precioso (The sailor song / Doorways, Hungry Records 2006) con un adelanto insólito de su próximo disco (listo para el año que viene, según decían) dedicado por nuestro simpático y peculiar ídolo ¿se puede pedir más? Sólo que dure ésta programación de conciertos y que tengamos Neu! Club para rato.
Veinte años de trayectoria. Este es el tiempo en el que Duglas T. Stewart ha cantado a sus amores posibles e imposibles. Son los años en los que ha derrochado su amor por la música y por la vida y lo ha contado sin retruécano alguno. Con sencilla ausencia de complejos, con humor (a veces tuno, de acuerdo) ha construído una carrera basada en cantos a la amistad, la fe, el cariño... En uno de los bises Duglas nos contaba que los BMX Bandits han sido mi vida, mi familia ... han hecho mis sueños realidad y, al escucharlo pensaba en hace diez años, cuando vi por primera vez a Duglas sobre un escenario. Y no pude evitar sentir una punzadita de emoción, porque BMX Bandits, con sus grandezas y sus pequeñeces, también han formado parte de mis sueños, de mi vida, de manera decisiva, sincera, simple. Y escuchar a Duglas dar las gracias y cantar What a wonderful world es un poco como recuperar esa porción de maravilla que contiene la música. Y, cuando salimos del Neu! club ya no podemos decir si el concierto ha sido bueno o malo, porque ha apelado a otros criterios, muy lejos de la ruín disquisición sobre la calidad musical, y ahí en esa apelación es donde reside la peculiar grandeza de Duglas. Dónde ha residido siempre.
Fotos, comentarios y la lista escaneada aquí
6 comentarios:
En las fotos que yo vi no hay rastro de gerard love...
A lo mejor era otro... ahora ya no podría decirlo seguro.
Es que Karpov no estuvo en el concierto, y sólo escribe lo que alguien le contó.
Yo pude verle a la misma hora en al que se celebraba ese evento entrando en un Sex Shop de Montera, por lo que deduzco que, a menos que tenga el don de la ubicuidad, no pudo estar en dos sitios a la vez.
Yo solo cuento lo mismo que me contaron Francisca Bronaza y Federica Pulla. Hablé el domingo con las dos que estuvieron allí, pero no se enteran y me dejan en evidencia.
Se cae el mito karpoviano: es usted peor que Ana Rosa Quintana, hombre, que también se iba de Sex Shops mientras le escribían los libros.
Y no, no estuve allí, creo. O al menos eso me contaron.
Que mal os sientan los lunes, por dios...
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