02 julio 2006

Teenage angst 2.0

Desde que Momus emplease el sonido de la GameBoy como insólito elmento para una canción pop (¡hace ya más de una década!), hemos sido testigos de la consolidación de la cultura del videojuego como elemento clave de la exhuberante cultura de micro-masas. Sabíamos que, para los chavales de las consolas, la música popular no era más que una herramienta más en la infinita toolbar que les ofrecía el capitalismo cultural a la hora de dotar de contenidos su tecnificada, hiper-conectada e hipertextualizada preadolescencia. Lo que no podíamos sospechar es que estos gamers, volviesen a acudir a las irrelevantes y poco interactivas pop songs para expresar la angustia que produce comprobar cómo, al pasar de la última pantalla, la tozuda y solitaria realidad sigue ahí, mucho menos conectiva en lo real que en lo virtual. Final Fantasy, cambia así el GAME OVER electrónico por el I KNOW IT'S OVER morriseyano en la primera muestra de vida sensible en el seno de la gaming generation.


Owen Palett tiene aspecto de haber calentado muchas cenas en el micro-ondas y saberse mejor los trucos del Zelda que los recovecos emocionales de la vida real. Owen Palett recibió clases particulares de violín, lo cual le ha permitido tener el muy moderno trabajo de arreglista de los Arcade Fire. Tiene aspecto de haber sido un brillante y solitario chaval al que sus padres (entomólogos y, posiblemente, miembros de esa primera generación de la clase creativa) prefirieron dejar, desde temprana edad, bajo la tutela de Mario y Luigi a contrastar con la realidad la posible falibilidad la esmerada educación que estaban dando a su churumbel.


Así que Owen Palett, una vez que ha superado la veintena, no ha hecho una complicada construcción multirreferencial, post-modernista e irónica con capas de drones, samples y secuencias de inteligencia artificial sin angustia alguna. Por el contrario, ha facturado dos discos autistas, introspectivos, intensos y un poco melosos sobre la soledad, la incomuncación, los videojuegos y las alegorías escondidas en Dragones y Mazmorras. Deja a un lado el pequeño CASIO que le regalaron a los seis años, la PS2 y las secuencias sintetizadas para desgranar melodramáticas piezas de pop orquestado (¿videojuegos sin electrónica?), pasmado ante el lío con que se encuentra al llegar a los veinte. Owen Palett, de repente al alzar la vista se encuentra, sobre todo, desconcertado y sólo puede articular peculiares micro-arias, en las que apenas acierta a decir que nadie le había avisado de la que se le venía encima.



Si musicalmente Final Fantasy tiene un notable interés como chamber pop de alta intensidad, representa, además, una muestra de cómo la cultura pop se ha sumido en una peculiar crisis de identidad. Final Fantasy afronta la angustia que sigue al comprobar el fracaso del cocooning referencial en que ha sumido la cultura juvenil, presentada demasiado a menudo como el perfecto limbo donde eludir diversas problemáticas vitales. La burbuja protege menos de lo que parecía y, ante esa evidencia, el resabio del pajero cínico no tiene validez alguna. Mientras muchos pensaban que la música pop y la cultura del viodeuego acabarían dando como resultante una forma artística cyborg (con el videojuego como variable dominante, según los futuristas), aparece Final Fantasy y pone voz, en clave pop para más inri, a una generación de gamers a los que ese mundo ordenado de pantallas, fases y plataformas se les cae encima cuando les dicen que todo ha terminado por el messenger.



Final Fantasy es el Morrisey y los Belle and Sebastian de toda una generación de videojugadores. Si lo juzgamos bajo nuestra óptica de indie-kids de antaño no entederemos nada. Si, por el contrario, pensamos en nuestros hermanos menores (sí, aquellos que creíamos que ni sentían ni padecían cuando les veíamos sentados frente al Castlevania, sumidos en su hipnosis de eterna competición eletrónica) se abre una conexión nueva e interesante que nos conecta, de súbito, con la angustia de toda una subcultura pop que pensábamos quedaría eternamente dormida en el ensueño del transcapitalismo artificial. Y en ese sentido, Final Fantasy, supone una propuesta absolutamente radical, en cuanto que representa un nuevo tipo de teenage angst que nosotros ya no podemos imaginar. Algo que sólo se intuye cuando leemos en el último Plan B como Palett reconoce que “en su mundo [el de los videojuegos] tienes pruebas específicas y metas muy concretas [...] y al final apareces en la lista de gandores y obientes una medalla de oro. Pero, en la vida, las cosas no van así. Encuentro que la idea de ser una criatura de videojuego, una criatura gregaria, es bastante más atrayente que afrontar el libre alberdío que tenemos en nuestra realidad”




P.S. Por cierto, Final Fantasy tiene dos LPs muy interesantes. Has a New Home (Tomlab, 2005) y He poos clouds (de muy reciente aparición también en Tomlab) llenos de canciones muy bonitas, extrañas y fascinantes que no se deben dejar de escuchar.


Nota.- Los datos sobre la vida de Owen Palett son suposiciones, ficcionalizaciones y licencias literarias. Cualquier corrección al respecto será aceptada de buen grado por este bloguista.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

esto me recuerda, más o menos, a cierta noticia que escuché el otro día en la radio:
http://www.elmundo.es/navegante/2006/06/15/cultura/1150359751.html
http://www.play-symphony.com/

Karpov Shelby dijo...

Sí, lo de Final Fantasy viene a ser un poco parecido a lo que cuentan en la noticia esa, Marta.

La verdad es no podíamos habernos imaginado tano lirismo en torno al videojuego aquellos años de hype Focomelo y elctroclash español.

El lector de comics dijo...

Bueno, piensa que el rock se basa en un instrumento más extraño que la GameBoy: la batería, que no es más que dos palos y una caja de resonancia. Si Deep Purple tocaron Smoke on the Water con este extraño instrumento, ¿por qué Momus no puede hacerlo con una GameBoy?

Anónimo dijo...

No he entendido nada. Pero yo soy de otra época...