22 abril 2006

Ponies in the surf y el misterio de la narcolepsia doméstica

Esta es la crónica de la rareza, de unos hermanos atípicos y de unas canciones interpretadas desde el otro lado del espejo. Mientras medio mundo celebra el nuevo LP de Chan Marshall y sus Catpower, Ponies in the Surf proponen una perversa excursión sin retorno al final del bosque folk. Estamos ante la reivindicación impúdica del desapego y del autismo. Camille y Alexander Mc Gregor han grabado algo más de una docena de canciones nocturnas: han reunido unas nanas raras que revelan ese ámbito de lo doméstico al que nadie quiere ser invitado.

Ponies on Fire (Asaurus, 2006) ni es un disco moderno, ni un disco original. El debut de este dúo raro que es Ponies in the Surf es, sobre todo, un disco extraño. Construído sobre intuiciones, perversidades y sobreentendidos, es un compendio de folk nocturno, obsesivo e inquietante en su pretendida cotidianeidad. Y no es que falten melodías o canciones hermosas. Al contrario. Se trata de que todo está teñido de un aire críptico y monstruoso; de una atmósfera rara e inusual en unos tiempos en los que predominan las plácidas exploraciones en torno a los géneros pop en la oferta independiente. Esta suerte de incestuosos metodistas, arman, de espaldas a la ley del mercado, un juguete tuerto que oscila entre la melodía insomne a lo Julee Cruise, el indie-folk oblicuo con obvias ínfulas artísticas, y la más absoluta nacolepsia emocional.

Criados en Bogotá, los hermanos parecen ser de esas personas incapaces de recibir ningún estímulo del exterior, ya que en su página web narran cómo pasaban las horas muertas escribiendo canciones y jugando con sus instrumentos musicales, ajenos al presumible realismo mágico del entorno. Por otra parte, las cosas que dicen y las cosas que hacen, les delatan como extraños obsesos. Parecen ser una suerte de duendes pedantes y solipsistas que tocan en librerías, en la Knitting Factory y ante audiencias sobreeducadas como ellos. Pero todo esto puede no ser más que una burda tapadera artie. Al igual que Stephin Merrit, Ponies in the Surf dejan la agridulce sensación de ser personas cuya vida privada no gustaría a nadie entre su público. Aunque la escondan tras canciones como Too many birds. Las personas que se delectan en su aislamiento generan en los demás una peculiar mezcla de melancolía, culpa y odio. Algo de esto se lee entre líneas en este disco. Habría que conocerles, de todas maneras. En realidad, sólo tenemos un primer LP en el que las canciones parecen llegar de un lugar lejano, íntimo y agobiante. Unas canciones escritas un año que vivieron juntos con un gato en el campo. El secreto mejor guardado, por ahora. Lo que se ve parece lo de menos. Parece más interesante el hecho de que todo indique que aquí hay más de un fondo falso.

Por ahora, tenemos pocos datos. Un disco hecho en casa, con una carpeta de estricta factura fanzinera editado por el micro sello Asaurus Records. Unas notas interiores con una historia alegórica y el aspecto inquietante de un dúo que actualiza el concepto de hermanos chico-chica a lo Chuck and Mary Perrin con melodías evanescentes y una extraña sensación incestuosa de por medio. Un disco a medio camino entre los antiguos Belle & Sebastian y Stephen King. Por ahora, tenemos 13 canciones que se van deslizando desde unos primeros aires misteriosos (Little boy lost), hasta quedar reducida a su mínima expresión (en la nana terminal Aviary). Por ahora, tenemos la crónica autónoma de una duermevela pop. Sombras y siluetas que aparecen y desaparecen por las trampillas de esta fantasía que es , a partes iguales, fruto de la obsesión y el narcisismo. Irrealidad frente al chiste posmoderno, esa es la receta de estos dos inquietantes autistas. La desaparición musical como estrategia de superación de la eterna moda lo-fi; un guardar las costumbres y la rara tranquilidad que produce el desconociemiento de los secretos familiares, como extraña hipérbole de la tradicional delicadeza indie-pop. O, si lo prefieren el indie-pop que escribiría David Lynch a la hora de levantarse de la siesta.

Cuando Camille canta en Slow Down Sugar que tiene un lugar secreto en el interior de su cabeza, a uno no le asalta ni la melancolía ni le embarga la paz. Es extraño encontrar una mezcla de perversidad, asfixia y abyección en un disco de folk-pop alternativo ¿no? Lo que lleva a preguntarse qué es lo que escucharían estos dos amables heresiarcas de lo íntimo en las canciones de Donovan. Por ahora tenemos pocos elementos de juicio. Desde luego, todo parece apuntar a que había voces acuosas en sus cabecitas que les instaban a hacer cosas un poco más turbias que las que le sugerían estas mismas musas al joven Devendra Barnhart o al pazguato de Stuart Murdoch.

P.S. No obstante, hay quienes, sagaces, se atreven a publicar más material de este dúo estático. La valiente disquera sevillana Tragadiscos anuncia un 7" en breve. Y promete ser una extraña preciosidad.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Me has dejado intrigado con este grupo. A ver si puedo escuchar algo pronto