23 febrero 2006

Las cosas de las que hay que olvidarse


Si opinar sobre los discos de grandes figuras míticas es siempre difícil, mucho más complejo, audaz y comprometido es emitir un veredicto recto sobre los regresos de aquellas otras leyendas domésticas con las que guardamos una vecindad espiritual que escapa al entendimiento. Pero, ¿quién quiere juicios ecuánimes a estas alturas? Kiki d'Akí es responsable de la canción de amor más hermosa jamás escrita en nuestro idioma (sí, Unidad de Destino); es parte de viajes sentimentales, inspiradora de itinerarios geográficos, augur de encuentros fortuítos, hada custodia de anhelos propios y ajenos. Ha sido, además, fuente de misterio hasta hace no demasiado tiempo. Hemos comprado su mítico mini LP bajo el sol ligero del Paseo de Recoletos, lo hemos escuchado alegres y tristes. Lo hemos ecuchado toda una eternidad. Hace tiempo, maquetas suyas corrían de mano en mano; buenos amigos nos han enviado CD-Rs con sus canciones. Fuímos testigos de su regreso, primero nos gustó. Más tarde sentimos que algo había cambiado para siempre y que el nombre de Kiki d'Akí, de pronto, significaba algo muy diferente. No sabíamos si nos sentíamos cómodos con ese nuevo significado. Deseamos que nunca hubiese vuelto a dar señales de vida. Guardamos su segundo disco en un cajón y no lo volvimos a poner jamás...


Así son los requisitos exigidos a las leyendas; vivir en un teritorio de ficción, desaparecer y no regresar de las tierras umbrías donde se resuelven los sueños. Una leyenda no puede reclamar derechos propios del artista, no tiene por qué disfrutar de libertades creativas o licencias poéticas. Son moneda de cambio, un objeto de ficción que está obligado a ser sacrificado para generar la alquimia de lo insólito. Por eso, la reacción más fácil ante este nuevo LP de Kikí d'Akí (Villa Flir, Siesta 2006) sería recorrer los dos caminos que propone habitualmente la nostalgia; uno sería el del elogio ciego, la celebración del fan al que le basta el eco luminoso de la estrella extinguida hace ya años para excitar su imaginación. La otra posibilidad sería transitar la senda del despecho, afirmar que se trata de una traición a un pasado quebradizo. Odiarlo y guardarlo también en el cajón.


Pero, al final, uno no puede vivir cerrando cajones eternamente. Las cosas cambián y, en cierta medida, es un alivio pensar que las anomalías no se repiten siempre y permanecen ajenas a los tránsitos terrenales. Y hay una Kikí d'Akí que, si es precisamente algo, es ajena, ligera y ultraterrena. Esa cantante no va a volver y nadie podrá encontrar su presencia en este disco en el que no hay angustias ni nostalgias que valgan. En sus surcos uno encuentra, tan sólo, una sencillez enervante. La primera escucha es decepcionante. Éste es un disco que crece con los días; como los días soleados y las tardes de lluvia se extienden por el ánimo, por emplear tropos propios del género indie. Es un disco que arrastra al oyente hacia unos terrenos de voluptuosidades domésticas alejadas de la leyenda. Aquí no hay sentimientos peremnes, no hay fijeza o grandes maneras artísticas. Al contrario, Kikí y su marido, Sergio López de Haro, se dejan llevar por la tranquila seducción de lo efímero y lo falible. La clave de interpretación está en la canción Si hace sol, una oda sensual y estoica propia de la despreocupada placidez de las cosas transitorias.


Baladas delicadas como La sombra del rosal, canciones como Qué más da, se acomodan poco a poco al oído según se avanza en la escucha. La almibarada facilidad de la producción de Guille Milkyway otorga una exhuberancia veraniega al conjunto que favorece que el disco aparezca entrevelado con un hálito de intrascendencia y ociosidad agridulce. Aquí no hay sucesos importantes ni visitas de ultratumba. Hay incluso canciones insulsas y saltarinas como Hoy te vi y guitarras de sospechoso y poco defendible aire progresivo como las de Metrópolis. También hay que decir que es un disco sin malicia, no está pensado para agradar a unos u otros, ésta es precisamente la salvación de algún que otro momento discutible (y me refiero a algunos ensueños de guitar hero, alguna reminiscencia ligera pero patente de Stairway to Heaven o a la canción que da título al LP y sus guitarras robadas a Santana, cosas así de incorrectas).


Se que muchos se echarán las manos a la cabeza cuando lean esto, pero a mi este disco me ha gustado. Al final me ha gustado, sí. De alguna manera, la desconexión de Kikí d'Akí con respecto de su propio mito la deja desvalida artisticamente, pero también sitúa sus pequeños logros en escalas más humanas: las de las sensaciones simples y plenas. Y es simple y plena la sensación que produce la escucha de este Villa Flir. Para muchos será un disco horrible, una traición una muesca más en la quiebra de una leyenda; algo que enturbia ese cristal pristino que representa La Movida y a través del cual insistimos morbosamente en mirar nuestra música pop. Bueno, son cosas muy distintas. Aquella Kikí ya no pertenece a nadie, ni siquiera a la propia María José Serrano... a veces las personalidades múltiples del pop juegan de manera extraña sus cartas, esta Kikí es una mujer diferente, vive de espaldas a su propio mito y ha facturado un disco sencillo que, si no viniese amparado y fagocitado por el nombre legendario, pasaría discretamente por unas pocas manos y sería difrutado en días tranquilos y en horas muertas y calurosas por muchos de los que lo criticarán. Así son los dobles filos de la posteridad.


Pero queda una moraleja con respecto a la posteridad de Kikí. Este verano pasado, en la piscina de Vallehermoso, mientras intentaba sortear el calor de hierro de la tarde madrileña creí entrever la cara conocida de una mujer menuda y con aspecto frágil que se acercaba al agua. Cuando me quise dar cuenta, me percaté que se trataba de Kikí d'Akí. Pensé en acercarme y saludar; por alguna razón no lo hice. Tal vez entonces intuí que Kikí d'Akí no existe; al menos no aquella que conocimos gracias a un saldo monumental de Nuevos Medios en la feria del disco de Recoletos. Aquella mujer parecía no tener mayor interés en responder en nombre de una leyenda que nunca ha invocado. Yo, en ese caso, poco tenía que decirle. Tal vez el verano próximo pueda felicitar a María José por haber firmado con el nombre de otra persona un disco discreto y hermoso y por haberme hecho pensar en que no siempre debemos desterrar al fondo del cajón aquellas cosas que cambian de sentido y significado con el paso del tiempo.

Escucha a Kikí d'Akí:

si hace sol


10 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que las canciones no son malas, pero la producción de Guille es LO PEOR QUE HA PODIDO OCURRIR. Es un auténtico despropósito, una magnífica aberración sonora, un destrozo impagable,un horror mayúsculo. Esas canciones grabadas en un formato más acústico, sin teclados falsos de esos que enturbian la composición, sin esos retazos de protomodernez a base de pseudo scratches y otros toques más de mal gusto convierten a este disco en un auténtico sufrimiento para el oido.

Me parece que lo que Guille hace para La Casa Azul queda fenomenal, con esos guiños de pastiche pop quinceañero, pero al aplicar parte de eso al intimismo de Kiki la caga de lo lindo.

Me recuerda al disco ese de la Vainica cuando decidieron ser modernas y lanzaron el Carbomo 14 ese infumable.

Imagino lo bonitas que podrían haber quedado esas canciones totalmente desnudas en formato acústico y entonces SI que hubiera quedado un discazo!

Karpov Shelby dijo...

Pues fíjate que yo no soy muy fan de Guille Milkyway y pensé que la cosa podía haber sido mucho más tremenda. Para lo que es él ha quedado un disco sobrio... para lo que es Milkyway, digo.

Por otra parte, me llamarás frivolón, Maruja, pero lo de los scratches no me parece mal. Incluso tiene su punto amodernado... Lo bueno hubiese sido que se hubiesen hecho un disco como de hip-hop romántico.

Anónimo dijo...

¿Moderno el swishhhh swishhhh de un scratching a estas alturas? Vamorpordioryportodoslorangelitosdelcielo!!!!

Creo que, puestos así, Camela podía haberlo hecho mejor. Igual un remix de Rammstein lo podría solucionar para rematar la faena.

¿nos vemos en la capa Dance del Conde Duque este finde, Karpov? Igual ahí pillamos ideas !!!!

Anónimo dijo...

Ay, Karpov, Karpov.

El otro día volvíamos a hablar Luis y yo de las luces y sombras del "buen gusto" canónico y de cómo una austera y elegante postura no es siempre fórmula de éxito artístico. No hay fórmulas, por supuesto. Pero el disco de regreso de Kiki y esa figura equívoca que se lo cargó, Ramón Leal, son ejemplos mayúsculos. Quizá sin llegar a los extremos de un Genís Segarra metido a productor de artistas (Genís es un muchacho guapísimo y muy simpático que simplemente se ha equivocado de profesión, como demuestra la aniquilación total de discos que podrían haber sido brillantes, caso del de Mano de Santo), Ramón Leal y ese "espíritu siesta" que le da cobijo convierten todo lo que tocan en melíflua y angustiosa caca, que llegan a tentarle a uno de rebautizar al divino Ramón "Letal".
No quiero decir que los demás implicados en el disco sean totalmente inocentes. Es probable que todos se equivoquen más o menos en el fondo y en la forma. Pero lo de Ramonet clama al cielo.
Aún no he oído el último, ya te contaré cuando me anime.
Ay, Karpov... Voy a dar un paseo por tus maldades, que todavía no me he hecho una composición de lugar.
Desde la ribera, con cariño

Orestes

Anónimo dijo...

¿Cómo que tú no eres muy fan de Guille? Me duelen esas palabras. En otro orden de cosas, Orestes parece un paleto fatuo, ¿lo será?

Anónimo dijo...

David, ¿ya no me quieres?
He echado un vistazo general y parace que te voy a tener que esconder una temporada en el zulo de aquí debajo de casa. Mira que eres brutico, luego me dices a mí.
Besos,
Orestes Carson

Karpov Shelby dijo...

¿Cómo no te voy a querer Orestes Carson? A pesar de que tenga serias dudas sobre tus opiniones musicales... Aunque crea que te dejas llevar por un cierto despecho con respecto de Kikí...

Pero bueno, tampoco es mi intención hacer una defensa a ultranza de un disco que tampoco necesita de mi intercesión. Ya digo que se trata de un LP instalado en una intrascendencia dulce...

Por lo demás, siempre es un placer recibir refugio en zulos amigos cuando arrecia el temporal...

El lector de comics dijo...

Si te gusta esta canción te recomiendo que te compres la banda sonora de David el Gnomo. Disfrutarás de lo lindo...

Anónimo dijo...

Hola, chaval.

No sé si vas a leer esto, pero tengo que decirte que he escuchado el disco de Kiki, el nuevo.
Y me gusta mucho.
He releído tus palabras sobre él y no me parecen nada mal. Como mucho te diría que, lejos de romper la magia de aquel miniLP, alejarla del mito, etc, este Villa Flir hace un curioso y enigmático efecto a la leyenda, y curiosamente se oye muy bien junto a la reedición de Nuevos Medios, que por cierto, es perfecta. Me gusta mucho este disco, qué alegría. Y aquellas canciones de hace veinte años, ahora más aún que antes. Qué cosas.

Un abrazo viril de tu

Orestes

Anónimo dijo...

Ah, y donde dije digo digo: mecido por la reescucha de los dos discos mentados, vuelvo a oír "Mi colección" con una sonrisa. Es más de Kiki y ya está.
Tanta inquina en lo del otro día no venía a cuento, es cierto. Agacho el cuello y me doy palmaditas, la próxima vex seré bueno.