08 septiembre 2005

Por otra abstracción más surtida

Qué curiosa es la escena del arte en Madrid. Quien la frecuenta como se frecuenta a un viejo conocido (de manera intermintente, buscando lo agradable y con la distancia traquilizadora que da no tener que gozar de sus engañosos favores), no puede evitar que le suene a eterno retorno el desfile de esa pléyade de coleccionistas de jóvenes artistas, señoras de millonarios acompañadas siempre de sus hijas y artistas de la cláse media intentando explicar que en ese momento no les conviene tener galería ni exposiciones a la vista mientras se quejan por los gastos de envío de la obra a los concursos regionales. Y por supuesto, los arribistas y las inauguraciones de los miércoles repitiéndose década a década de manera inexorable. Y otras abstracciones posibles y la vuelta de la pintura...


A grandes rasgos, éste ha sido el leit motiv de la inauguración de la exposición colectiva "Abstracción Impura" impulsada y recopilada por César Delgado, seguidor de Luis Gordillo y pintor de dudosa vocación de actualidad y aún más dudosas pretensiones de superación de la post-modernidad. Hace unos meses, Delgado ya intentó comisariar un proyecto conjunto de artistas españoles y australianos; proyecto que debió caer en saco roto pues en esta ocasión nos presenta a artistas nacionales (jóvenes acólitos) y colombianos (exotismo, alteridad y pretensiones ultramarinas). Total, para arroparse y dar sensación de que esto se mueve y nos movemos todos lo mismo dan las antípodas que el altiplano.
Como puede esperar cualquier persona versada en estas lides, tras tan pretencioso título la exposición reúne, careciendo de tema, visión común o universo pictórico aproximado y/o similitudes en la actitud hacia la tarea creadora, un variopinto surtido de pintura abstracta (de lo pop a lo ciber, pasando por el forzoso revival del expresionismo) con no demasiado que decir y bastantes dosis de vacuidad mal administrada. En un ejercicio manierista, Delgado, se escuda en la abstracción y en una supuesta impureza (curioso, cuando muchos cuadros se podían enmarcar en esa tendencia pictórica amable que tan bien cojunta en los editoriales de decoración), para intentar vender su versión de la vuelta de la pintura. Y en esta versión la pintura se vuelve a levantar, sí, pero como un boxeador sonado que lanza mamporros a diestro y siniestro con la esperanza de que alguno caiga sobre el contrario. Y algún mamporro acierta el blanco, que es lo importante a estas alturas: puntitos rojos y exposición individual del factotum el próximo octubre.
Así, ante los ojos del espectador aparecen cuadros y cuadros que no le dicen nada de su vida; eso sí, en simpáticos colores pastel. Mientras tanto, parte de los coleccionistas, pintores y señoras dicen de los colombianos "claro, ellos todavía no han asimilado muchas de las cosas que nosotros sí..." en un tono meloso y autocomplaciente por haber ayudado a hermanos menos avanzados a saltar el charco. En fín, esos comentarios que hacen los artistas actuales que han superado tanto la dialéctica histórica y el decimonónico odio al burgués que empiezan a parecer patronos y capataces organizando una diversión avanzada para los amos de mundo (ahí está Jorge Galindo con sus asalariados que le pintan las partes de los cuadros que él no sabe, reivindicando la dirección de obra como verdadera esencia de la creación).
Una pena, porque así está claro que el arte no va a encontrar nunca una identidad tan necesaria como deseable. Además, por mucho que algunos se apunten al lema este de "otra abstracción es posible" los modernos seguirán abonados (y con razón a tenor de lo visto) a la video-creación que es más pintona. Y luego están aquellos otros que, aceptando el reto de "banalizarse y morir" lanzado por nuestro sistema de consumo cultural permanente, pasarán olímpicamente de esta expo y se dará una vuelta por la tiendas de Claudio Coello (la misma calle donde está ubicada la galería) para ver los modelitos de Alexader McQueen, Galliano y los escaparates de Hackett y refexionar acerca de cuáles son los subsectores del capitalismo cultural que acumulan la mayor creatividad, talento y capacidad de provocación.
Lo que está claro es que, si algún día hace falta poner color a la decadencia y lasitud moral de este mercantilismo inmaterial, fantasmagórico y melancólico en que nos ha tocado vivir, cuadros como los aquí reunidos serán tan idóneos como nos es hoy El Columpio de Fragonard para entender la somnolencia hedonista de la idiocia rococó. E igualmente ilustrarán a la perfección el estado moral de un arte más preocupado por "brillar en los gabinetes y los guardarropas en lugar de trabajar para la gloria y la posteridad". Y conste que lo dijo Diderot, no yo.

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