21 septiembre 2005

Neo Rauch, la sombra del zeitgeist es alargada

Si el final del siglo pasado se caracterizó por el auge de lo "alternative commercial", el principio del siglo XXI nos está dejando entrever los albores de una época en la que viviremos rodeados de productos culturales avanzados capaces de satisfacer a los segmentos medio-altos de la audiencia; es decir esa clase urbana capaz de transitar por los diferentes lenguajes estéticos con paso firme y que, acostumbrada a las estrategias de descontextualización, remezcla o deconstrucción pide algo más que ídolos de cartón piedra.
Bienvenidos por lo tanto a la era del crossover, la interdisciplinareidad, el patchwork cultural y las integraciones estéticas verticales y horizontales. Lástima que en este proceso unos y otros se estén empezando a olvidar (como siempre nos pasa, por otra parte) de los contenidos propiamente dichos.
Y resulta que es en este contexto en el que Neo Rauch ostenta en la actualidad el honor de ser el pintor más cool del mundo del arte. El alemán lo tiene todo para gustar: al ensueño pretendidamente inquietante de sus pinturas se une su origen en la Alemania del Este y su formación en los cánones estéticos del moribundo realismo socialista de la Academia de Leizpig. La novedad de su pop pretndidamente metafísico y de colores mortecinos se adereza con atractivas referencias al modernismo industrializante de ese bloque del Este que tanto morbo sigue dando (terra incógnita donde posmodernidad y crimen conforman la mezcla perfecta para excitar nuestra imaginación).
La articulación de elementos visuales dispares en un cocktail que apela al gusto por una inquietud lúdica y por un desencanto trufado de humorismo e ironía, unidos a un innegable oficio pictórico, son los principales elementos que han motivado su ascensión a los altares críticos y financieros donde se deciden los fugaces cánones occidentales.
Rauch combina sabia y calculadoramente la cultura de masas de los dos grandes bloques rivales de la sociedad post-industrial (pervierte la candidez de Rockwell, recupera con ternura la trampa y el cartón del realismo soviético) con las luces del norte y los escenarios rurales. Posiblemente a sabiendas de que en este combinado referencial el espectador encontrará ese sentimiento artístico perfecto en el que la candidez de lo retro se verá iluminada por las evocaciones de una furiosa trasmodernidad eslava.

En su universo soldados, trabajadores y artesanos, estilizados al modo de las viejas estampas de la prensa ilustrada, nos trasladan un turbador exotismo onírico cuya capital sentimental sería la Escuela 1 de Beslan (el mito del buen salvaje remezclado al ritmo del morbo que da la psico-mafia terrorista internacional). Eso sí, sin dejar de rebajarlo con decorativismo, no vaya a haber sustos. Si además le añadimos elementos descontextualizados, disrupciones y conexiones aleatorias, ya tenemos preparado nuestro particular Neo-Magritte para recordarnos que, sí, incluso en medio del caos actual, la vida sigue siendo un sueño inquietante.
Sin embrago, algo falla en todo esto. Porque la pintura de Rauch tiene mucho de amable recordatorio, una palmadita en la espalda del espectador al que parece querer decir: "efectivamente, amigo mío, seguimos teniendo en nuestro seno un inquietante universo onírico, aleatorio y críptico. No hay nada de qué preocuparse". Y para confirmarlo, nos ofrece estas estampas reunidas más cercanas a una colección de cromos modernos en torno a la vida interior hoy que a una bajada a los abismos de las correspondencias ocultas y los significados enterrados en las catacumbas de la psique.
Pop surreal templado a base de ironía, humor y gestos de complicidad para con el aficionado al arte moderno que convierten a Neo Rauch (como a CocoRosie, como a Antony & the Johnsons) en el perfecto producto de un mundo estéticamente avanzado. Dinámico, multirreferencial, cuidadoso en su elaboración de la obra y visualmente sugestivo, los ingredientes están primorosamente seleccionados y administrados en las proporciones exactas. Salvo en lo que respecta al riesgo, donde Rauch extrema las precauciones para que la mezcla final no pierda la simpatía que sólo genera el manierismo que se administra en dósis correctas.
Así, su exposición en el Centro de Arte Moderno de Málaga (primera en España), acontecimiento celebrado, visitado y comentado, se convierte en un decorado por el que transitar mientras los paisajes oníricos del alemán ofrecen un telón moderno, idóneo para estimular la reflexión ligera.
Un paseo tan agradable e inofensivo como el papel que juega Neo Rauch en el mix cultural de hoy: el último de los pintores alemanes internacionales, sujeto paciente de un zeitgeist del que una casta de artesanos, hábiles e inconscientes, nos envían en cápsulas vitaminas visuales para consolarnos de los insomnios propios de la era del vacío.

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