11 septiembre 2005

Follow the leader, leader...

La desaparición de la historia del rock de la conciencia popular empieza a ser ya un hecho. El que en una ciudad tan tradicionalmente rockera como Madrid la visita de la mitad de Suicide no sea capaz de convocar apenas un centenar y medio de personas da que pensar. Así las cosas, Martin Rev tuvo la ocasión de hacer su número ante un público formado por siniestros, modernos de los de siempre, personas del underground capitalino y por aquellos que nos apuntamos a un bombardeo. Lo triste es que, al final, todo se redujo a un espectáculo en el que el historicismo tecno se alternaba con pasajes de house prehistórico mientras Rev hacía de viejo technohead y los más militantes bailaban el robot al rítmo que el demiurgo mecánico, trasmutado en simple feriante, marcaba con sus sintetizadores.
La leyenda de Martin Rev y Suicide es posiblemente uno de los mitos fundacionales del rock de todos los tiempos; junto con el de Alan Vega, la sola mencion de su nombre hace evocar teritorios mentales tan transitados en sueños como el NY del '77 o el CBGB. Forman parte de aquello que Momus denomina "nuestros abuelos vanguardistas", es decir parte del acerbo de esa narración, en cierta medida homérica, que es la leyenda fundacional del underground musical. Y, en consecuncia, ancestros espirituales nuestros y parte de esa fantasía que es la cultura juvenil, en la que los trabajos subterráneos fructifican en extrañas a la par que fascinantes obras capaces de inquietar e irritar al establishment.
El problema empieza cuando ya no queda juventud intrigada por esa herencia cultural y, en su lugar, esta narración mítica del rock empieza a correr de manos de cincuentones y sexagenarios a oídos de treintañeros y cuarentones. Unos y otros se ponen sus mejores palmitos, faltaría más, para acudir a bailar al rítmo de las machaconas secuencias de la máquina. Incluso, algunos se pintan la raya de ojos y desempolvan el pantalón de vinilo. Mientras el artista, en este caso Rev, cumple con más o menos fortuna con el papel de su vida intentando parecerse tanto a sí mismo con treinta años menos que el resultado no deja de ser sospechoso.
En eso se ha resuelto la aparición de Martin Rev en Madrid esta noche. En cinco o seis temas que iban variando desde un disco inferno repetitivo y minimal, hasta un primigenio rítmo industrial (baila la máquina) desembocando en ocasiones en pasajes que le acercaban al tecno más moderno. Con un Rev fingiendo estar espídico, golpeando su teclado, haciendo posturas de amo de los electrodomésticos o de científico loco (metrópolis meets KORG) y luciendo unas gafas gigantes. Todo como era de esperar.
Y entre unas cosas y otras, esos gestos que delatan que la realidad está a la vuelta de la esquina: Martin alzando las gafotas para ver el botón, soplidos de cansancio o la suplicante mirada ("chicos, ya no puedo más") con que anunció, entre quejas del respetable, que él se iba a la cama. Algo que al final le deja a uno pensando en lo difícil que debe ser hacer el mismo papel una y otra vez, de club en club, para no defraudar la imagen de un pasado sobre el que se sustenta la concepción estética de varias generaciones.
Ya puestos en estas, la pregunta, que cabe hacerse, tras los dos últimos conciertos (CocoRosie y Martin Rev) es la de qué espacio queda entre el agotado show de la vieja vanguardia cuyo público reverencia como histórica y la acepta en su papel de pieza de museo o baile de casino y una juventud para la que el pop no es más que una pieza más en una varadísima propuesta de consumo cultural continuo. Y no la más importante, por cierto. Una juventud a la que, desconocedora de esa historia mítica del rock, le basta un producto fashion, de consumo rápido pero con pretensiones elevadas, de estética sensiblera y aún así outsider, un producto en en suma capaz de ofrecer excepcionalidad y rareza en dosis que no colisionen con el gusto general.
Ante esto, qué gusto si Rev hubiese alzado pleno de vigor y frescura su macarrerío robótico, su reiteración en mascullar los clichés rock entre drones y bases taladrantes (oh, baby, baby, c'mon). En resumen si hubiese sido capaz de saltarse el papel de "abuelo vanguardista" y hubiese lanzado un tecno-improperio despótico que nos hubiese hecho bailar en una totalitarian-disco al rítmo impuesto por el líder. Desafortunadamente, todo se ha quedado en una digna escenificación de determinado episodio cultural que tuvo lugar a finales de los 70 y que fue importante para que la gente joven pudiese mandar a hace puñetas a los viejos... pero esta vez representado por un viejo para la mediana edad.
Todo antecedido de unos Caballitos de Düsserdorlf, esto es Olaf, Murky Mancuso y sus señoras, a los que el número de comuna vanguardista se les ha quedado antiguo y hace ya tiempo que en su show de doo rags faltan canciones, gracia y actitud para dejar de parecer un timo. Por si las moscas lo mejor es resignarse a verles hacer siempre el mismo paripé (de Lavapiés a Malasaña y vuelta) y no llevarse más disgustos que los necesarios.
Martin Rev tocó en la sala El Sol la noche del 10 de septiembre

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