El pasado jueves 23 de junio, la capital tuvo ocasión de ver el último concierto de uno de los grupos que, a 33 vueltas por minuto, ha hecho girar con mayor energía los corazones de los pocos afortunados que hemos ido coleccionando sus singles y vibrando, temblando, bailando o riendo de felicidad en sus insólitos e imprevisibles conciertos. Última vuelta, pues para un grupo que, lejos de las luces públicas que algunos críticos miopes y acomodaticios (Sales, Estabiel, Leonore) han querido proyectar sobre un supuesto nuevo rock español, deja un reguero de vinilos y recuerdos difícilmente comparable en la España musical de los últimos años.
De nuevo en la capital, Bananas con una formación parcialmente renovada (Miguel Banana ya fuera del grupo por estar involucrado en un proyecto con Susana y Jose TCR al parecer), parcialmente ausente (Aitor Mueble, segundo guitarrista) y con incorporaciones de grupos limítrofes (Olatz Mueble a las maracas y los coros), volvieron a cantar las cuarenta a todos los quisieron escuchar en la renovada y cómoda pero poco acogedora Sala Revolver.
Sobrios y precisos, con un armazón rítmico infalible, descalzos como ascetas del rock (Germán y Águeda), estilosos y altivos como las estrellas que deberían haber podido ser (Olatz), no hubo caos esta vez. Bananas se aproximaron a sus canciones con una sencillez orgánica, con un estilo clásico y sereno sostenido por una guitarra absolutamente mágica (Germán) que, como si hubiese cobrado vida iluminó las canciones, las desmontó y las rehizo sobre el escenario. Sin estridencias atentos a texturas y sensaciones antagónicas en lo sonoro (exactitud en el trazado de los fraseos, azar en el sonido de las cuerdas pulsadas; caos en las panderetas, rectitud en los tambores; severidad de las maracas...) todo ello catalizó en un crisol de canciones que sonaban absolutamente y prodigiosamente nuevas aunque la mayoría de ellas han sonado miles de veces en nuestros tocadiscos.
Incontestables en la imagen, de nuevo pudimos apreciar la beatífica (en un sentido keruaquiano del término) tensión creativa de Germán, el caótico tesón de Águeda y los puntos de apoyo brindados por una sección rítmica impecable en su reivindicación del pom-pom del tambor cósmico. Un concierto que ofreció momentos de magia en estado primigenio: otra vez soberbios, Bananas.
Lástima lo que vino luego. WolfEyes, la promesa de la música de vanguardia, adorados por la prensa internacional y, en consecuencia por algunos críticos nacionales (seniles en su insistencia en una determinada modernidad) apenas fueron más que una amanerada traducción, pretendidamente de vanguardia, de esa escena suburbana formada por tanto pajero triste, necio y malo que lo mismo coge un secuenciador que una katana. De justicia es decir que César Estabiel, representante de CD-Drome en Madrid los calificó de “muy interesantes” (creo que sic)
Y otra lástima que el promotor del evento, también es de justicia señalarlo, pagase a los Bananas la cantidad de ¡¡¡60 euros!!! (esto si que sic), porque no había acudido suficiente público y tenían que cubrir el caché de las estrellas internacionales. Le Cadaaavre (Shake Cobra Sake, Grabba Grabba Tape) retrocede lo ganado por traer a Modey Lemon y Weird War y vuelve a la casilla de salida. En fin, así se va haciendo la historia de la música aquí. A base de cal y arena en proporciones muy, muy desiguales.
Al finalizar el concierto, algunas chicas encontraron en su servicio 10” de Bananas, y el precioso y original envoltorio del primer 10”. Como despedida final el grupo había decidido regalar a quien lo quisiese coger los últimos jirones de magia. Conclusiones y moralejas: ustedes solos.
PS.- Y ahora algunos empiezan a decir que grupos como los Veracruz o los Delorean son más falsos que un duro de madera. Al parecer lo de los Cramps y los Gang of Four es una cosa que les ha dicho que dijeran y tocaran alguien que sabe mucho de fabricar productos underground con marchamo de calidad. En realidad algunos de estos grupos apenas han salido del hardcore melódico (ya saben aquello que tocaban los NOFX, Penywise y los Offspring).
De nuevo en la capital, Bananas con una formación parcialmente renovada (Miguel Banana ya fuera del grupo por estar involucrado en un proyecto con Susana y Jose TCR al parecer), parcialmente ausente (Aitor Mueble, segundo guitarrista) y con incorporaciones de grupos limítrofes (Olatz Mueble a las maracas y los coros), volvieron a cantar las cuarenta a todos los quisieron escuchar en la renovada y cómoda pero poco acogedora Sala Revolver.
Sobrios y precisos, con un armazón rítmico infalible, descalzos como ascetas del rock (Germán y Águeda), estilosos y altivos como las estrellas que deberían haber podido ser (Olatz), no hubo caos esta vez. Bananas se aproximaron a sus canciones con una sencillez orgánica, con un estilo clásico y sereno sostenido por una guitarra absolutamente mágica (Germán) que, como si hubiese cobrado vida iluminó las canciones, las desmontó y las rehizo sobre el escenario. Sin estridencias atentos a texturas y sensaciones antagónicas en lo sonoro (exactitud en el trazado de los fraseos, azar en el sonido de las cuerdas pulsadas; caos en las panderetas, rectitud en los tambores; severidad de las maracas...) todo ello catalizó en un crisol de canciones que sonaban absolutamente y prodigiosamente nuevas aunque la mayoría de ellas han sonado miles de veces en nuestros tocadiscos.
Incontestables en la imagen, de nuevo pudimos apreciar la beatífica (en un sentido keruaquiano del término) tensión creativa de Germán, el caótico tesón de Águeda y los puntos de apoyo brindados por una sección rítmica impecable en su reivindicación del pom-pom del tambor cósmico. Un concierto que ofreció momentos de magia en estado primigenio: otra vez soberbios, Bananas.
Lástima lo que vino luego. WolfEyes, la promesa de la música de vanguardia, adorados por la prensa internacional y, en consecuencia por algunos críticos nacionales (seniles en su insistencia en una determinada modernidad) apenas fueron más que una amanerada traducción, pretendidamente de vanguardia, de esa escena suburbana formada por tanto pajero triste, necio y malo que lo mismo coge un secuenciador que una katana. De justicia es decir que César Estabiel, representante de CD-Drome en Madrid los calificó de “muy interesantes” (creo que sic)
Y otra lástima que el promotor del evento, también es de justicia señalarlo, pagase a los Bananas la cantidad de ¡¡¡60 euros!!! (esto si que sic), porque no había acudido suficiente público y tenían que cubrir el caché de las estrellas internacionales. Le Cadaaavre (Shake Cobra Sake, Grabba Grabba Tape) retrocede lo ganado por traer a Modey Lemon y Weird War y vuelve a la casilla de salida. En fin, así se va haciendo la historia de la música aquí. A base de cal y arena en proporciones muy, muy desiguales.
Al finalizar el concierto, algunas chicas encontraron en su servicio 10” de Bananas, y el precioso y original envoltorio del primer 10”. Como despedida final el grupo había decidido regalar a quien lo quisiese coger los últimos jirones de magia. Conclusiones y moralejas: ustedes solos.
PS.- Y ahora algunos empiezan a decir que grupos como los Veracruz o los Delorean son más falsos que un duro de madera. Al parecer lo de los Cramps y los Gang of Four es una cosa que les ha dicho que dijeran y tocaran alguien que sabe mucho de fabricar productos underground con marchamo de calidad. En realidad algunos de estos grupos apenas han salido del hardcore melódico (ya saben aquello que tocaban los NOFX, Penywise y los Offspring).
1 comentario:
Aitor Mueble nunca formó parte de Bananas, solo colaboró en un concierto. Le Cadaaavre lo puso en su página pero solo es un error.
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